I.
San Pablo, al ver a los perseguidores atacar la fe y la virtud de los
cristianos mediante el cebo de los placeres, buscó en la soledad un abrigo
contra la tentación. ¿Amas la pureza? ¿Quieres, a
imitación de San Pablo, conservar esta bella virtud? Huye de las
ocasiones. En
esta clase de combates la huida asegura la victoria.
II.
Aunque no fuese designio de Pablo el permanecer en la soledad, fue el de Dios
el mantenerlo en ella. Tantas dulzuras hízole gustar en ese desierto, que desde
entonces despreció el mundo y sus placeres. Alma tímida, ¿qué temes tú? Dios te llama, quiere desasirte del
mundo; prueba, ensaya cuán suave es pertenecerle totalmente. Las dificultades
se desvanecerán desde que pongas manos a la obra. No perderás tus placeres, sino que
los trocarás en una alegría más sólida y más santa.
III.
San Pablo permaneció en esta terrible soledad durante ochenta años, sin ver a
nadie, excepto a San
Antonio, que, inspirado de lo alto, lo
fue a visitar. Tú comienzas con fervor, pero este fervor es solamente fuego de
paja que se extingue en un instante. Ánimo, continúa; la eternidad
bienaventurada que esperas, el Dios a quien sirves, valen la pena de que
perseveres en la virtud durante los pocos años que te quedan de vida.
El
desprecio del mundo.
Orad por
los religiosos.
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