Si
quieres ser perfecto, anda y vende cuanto tienes, y dáselo a los pobres, y
tendrás un tesoro en el cielo: ven después y sígueme. (Mateo 11, 21)
I. San Antonio abandona y desprecia
el mundo, dócil a la inspiración de Dios. Lo abandona generosamente, en la flor
de su edad, para consagrar a Dios en el yermo el resto de su vida. ¡Cuántas veces tú también oíste las
mismas palabras que convirtieron al santo!
Sin embargo, todavía estás en el mundo. No te da el mundo sino trastornos y
disgustos, y con todo lo amas; ¡qué no harías si te procurase felicidad!
II. El mundo sigue a San Antonio a la
soledad para tentarlo allí. El demonio se sirve de la voluptuosidad, del brillo
de las riquezas y de los honores; emplea halagos, amenazas, ilusiones y
tormentos, a fin de echarlo de su desierto. Pero quien había vencido al mundo
en el mundo, lo venció también en la soledad. La humildad, la oración, la
austeridad, la invocación a Jesús le dio la victoria sobre todas esas
tentaciones. Vete
a donde quieras, en todas partes encontrarás tentaciones; siempre te atacará el
demonio, te seguirá tu carne y te perseguirá por todas partes.
III. Nuestro santo quiere pagar al mundo
con la misma moneda; este enemigo había ido a atacarlo a su soledad, va el
santo a desafiarlo hasta su casa. Deja el desierto
para predicar el desprecio de las riquezas y de los placeres, para animar a los
mártires, para confirmar a los cristianos en la fe. Aprended, almas
santas, a dejar vuestra soledad y la suavidad de la contemplación para trabajar
en la salvación de las almas. Aprended
a combatir valerosamente al mundo por medio del ejemplo de vuestra vida y de
vuestras santas conversaciones.
El amor a la soledad.
Orad por los que son tentados.
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