I.
El corazón de San Francisco de Sales ardía con el fuego del amor divino. Este
amor le hizo emprender todo lo que juzgó apto para contribuir a la gloria de
Dios y a la salvación del prójimo. Sus predicaciones, sus pláticas, sus libros,
son pruebas de esta verdad. ¡Ah!
si amases a Dios como él, te burlarías de las riquezas, de los placeres, de los
honores, y no dejarías perder las ocasiones de incitar a los demás a amar al
Señor. ¡Oh Dios que sois tan amable! ¿Por qué sois tan poco amado? ¡Oh fuego
que siempre ardéis, fuego que nunca os extinguís, abrasad mi corazón!
II.
El
corazón del Santo sólo tenía dulzura y ternura para el prójimo; después de su
muerte no se le encontró hiel en el cuerpo. Consolaba a los enfermos, daba
limosna a los pobres, instruía a los ignorantes, y con su afabilidad trataba de
que se le allegasen los pecadores, a fin de conducirlos enseguida al redil de
Jesucristo.
III.
Ese
corazón, en fin, que era todo amor para Dios y toda dulzura para el prójimo,
trataba a su cuerpo como a enemigo; para domar sus pasiones no retrocedía ante
mortificación alguna, ante sacrificio alguno. Examina la causa de tus penas, y
verás que provienen de las pasiones que no supiste domeñar. Aquél que ha
vencido a sus pasiones adquirió una paz duradera.
Nota de Nicky Pío: La
pasión dominante de San Francisco de Sales era “LA IRA” (Que es una pasión) pero la tenía bien sujeta que se ganó que lo
llamen “El
del Santo de la DULZURA”. Incluso cuando
se examina su cuerpo se encuentra además de lo que dice la meditación, sus riñones
achicharrados, para que se vea hasta qué punto contenía la ira.
La
dulzura.
Orad
por la orden de la Visitación.
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