I.
Acaba Martina de perder a sus padres y ya se desembaraza de sus riquezas para
darse a Dios sin reserva. El medio que debemos emplear para ser totalmente del
Señor es el desapego del mundo. Si tu posición no te permite dar tus bienes a
los pobres como hizo Martina, desapega tu corazón, por lo menos, de las
riquezas y de las vanidades mundanas. No
se puede servir a dos señores a la vez, no se puede ser al mismo tiempo de Dios
y del mundo. Elige, de estos dos partidos, el que te es más ventajoso. ¿Necesítase
pensar mucho cuando se trata de darse a Vos, oh Dios mío?
II.
Piensa en las recompensas que acuerda el mundo a los que le sirven. Salomón
fue colmado de todos los bienes de la tierra y, sin embargo, declara que todo
es vanidad. Pregúntate a ti mismo. ¿No
es verdad, acaso, que estás ya disgustado de los bienes del mundo apenas tienes
su posesión; que nunca ha estado contento tu espíritu y que siempre algo le ha
faltado a tu felicidad? Mundo
falaz, ¿por qué nos prometes tantas cosas que no puedes dar?
(San Agustín).
III.
Si quieres realmente confesar la verdad, convendrás conmigo en que nunca has
sido más dichoso ni has estado más contento que después de haber cumplido algún
acto de virtud. Si
tan liberalmente Jesucristo te recompensa en este mundo, ¿qué no te reservará
para el otro? Si
los placeres que el demonio te ofrece están mezclados con tanta amargura,
¡cuáles no serán los tormentos que te prepara! Entrégate a Dios y verás
que no hay placer comparable al que se gusta en el servicio de este bondadosísimo
Señor. ¿Qué
placer más grande que el disgusto del mismo placer?
El
amor de Dios.
Orad
por la conversión de los idólatras.
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