DIA
OCTAVO.
PUNTO DE
MEDITACION.
¡Oh alma mía, no te canses de meditar penas
y tormentos, supuesto que tu amante Jesús no se cansa de sufrirlos por tu amor.
Considera, pues, como con la crucifixión de las manos, se encogió naturalmente
todo el sagrado cuerpo, asi por el dolor vehemente que padeció, como por la
contracción de nervios y arterias que sufrió, y con esto no alcanzaban ni con
mucha distancia los sagrados pies al barreno de la cruz; pero instigados de los
demonios aquellos inhumanos verdugos, practicaron la misma impía diligencia, que
habían hecho en las manos, atando éstas fuertemente con cordeles y sogas, y
amarrando los sagrados pies con una eslabonada cadena estiraron todos, y con
tanta fuerza, que le descoyuntaron cuadriles, cintura, y en fin, todos los
huesos de aquella fábrica divina sin quedar en ella hueso con hueso, y con esto
llegaron al barreno los pies, y para que el clavo no resbalase por ser partes
nerviosas (como premedita Buenaventura) se los barrenaron ante, y tomando uno
mucho más largo y grueso clavo, que los otros, lo comenzaron a clavar con
furiosos y repetidos golpes del pesado martillo; y al mismo tiempo se desataron
en arroyos de Sangre, que derramándose por todo aquel ámbito, regaban la tierra
y la pisaban los inhumanos verdugos. Y tú, alma, que estas meditando esto, haz cuenta
que ves abrir a tu Jesús sus sacrosantos labios, y que hablando con la misma
tierra le repite las palabras de Job, ya citadas: terra ne operías Sanguinem meum.
O tierra dichosísima (aunque antes maldita,) por verte fertilizada con el abundante
riego de mi Sangre, no la escondas, no la cubras para que vea el hombre su
abundancia, y que le doy toda la de mis venas, pues la derramé con la franqueza
que se derrama el agua; y vea lo que me debe, y la obligación que tiene a
servirme y amarme con todo su corazón, y sin escasez de efecto, aunque sea a
costa de su vida y de su sangre.
Dile que sí, alma mía, que en lo de adelante
emplearás todo tu amor en amarle y servirle, y en venerar su sacratísima derramada
Sangre.
Los tres credos gloriados.
ORACIÓN.
¡Oh Jesús de mi vida
tan cruelmente atormentado por mi amor! ¿Qué haré yo, Señor, en obsequio
vuestro, y en señal de gratitud a tanto amor? Pero ¿qué he de hacer, pobre de
mí, si nada tengo que ofreceros? Mas ya vos, Jesús mío, me dais con abundancia
lo mismo que os he de ofrecer; tan misericordioso sois como todo esto, pues
mirándome en tanta miseria queréis enriquecerme con el rico tesoro de vuestras venas,
que es vuestra preciosísima Sangre, tesoro de valor infinito, y capaz de
satisfacer sobreabundantemente todas mis deudas, por muchas que ellas sean, y
juntamente limpiar mi alma de todas las inmundas manchas con que la han afeado
mis culpas. Sí Jesús mío, yo os ofrezco esto mismo que me dais para satisfacer
por mis pecados. Yo quiero, y deseo lavarme, y purificar mi alma en este
saludable baño. ¡Oh, y que divina traza es bañarse con la continua
consideración de esta Sangre preciosísima! Más cuanto mejor será bañarse con
ella en realidad de verdad, pues con el deseo que teníais, o Jesús de mi vida,
de enriquecernos con este rico tesoro, no os contentáis con derramarla toda en
vuestra Pasión sacrosanta, sino que quisisteis dejárnosla en el Santísimo
Sacramento hasta la consumación de los siglos, para que todos los días (si
quisiéramos), y en tantas partes del mundo en que estáis Sacramentado, pudiéramos
una y muchas veces purificarnos con este saludable baño de vuestra sacratísima
Sangre. Haced, Señor, que apreciando como debemos éste beneficio, nos hagamos,
dignos de recibirle con frecuencia, con lo qne consigamos la gracia y vuestra
presencia en la gloria. Amén.
La Preciosísima Sangre &…
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