No bien comenzaban a
entender algo les enseñaba los nombres de Jesús y María. “Los primeros
elementos de la doctrina cristiana los recibí de mi madre porque mi padre,
cuando yo era pequeño, sólo podía darme malos ejemplos”, decía Don Orione. Ella
les enseñaba las oraciones, la tradición religiosa y la historia de sus
antepasados, entre los cuales se contaba al beato Bernardino Feltre, de Pavía,
de quien conservaba una reliquia.
Tenía una fe profunda. Una vez, para
demostrarles a sus hijos la importancia de la fe, les contó la siguiente
anécdota:
—Había una vieja que vivía en una pequeña
casa, y cuando iba a las funciones de la iglesia se recogía en un rincón y
rezaba con un canturreo que nadie entendía. Una vez el párroco salió a pasear y
vio, por la tarde, como un gran fuego misterioso sobre una casita de campaña.
Dirigió sus pasos hacia aquel lugar, y cuando estuvo cerca entró en la casa y
vio a una viejita en el lecho, moribunda, que esperaba al sacerdote para que la
confortara en su última hora. Reconociendo a la que rezaba siempre con tanto
recogimiento en un ángulo de la iglesia, le preguntó: Qué le decía en la iglesia al Señor. Y ella le contestó: “Yo no sé
rezar; no sé leer ni escribir. He quedado huérfana desde pequeña, y una viejita
bisabuela me enseñó a decir, pasando la corona del Rosario, estas palabras: “Socl
in sa, socl in sa; socl in sa, socl in l”. Yo no sé qué cosa significan estas
palabras, pero pienso que son las que el sacerdote dice al Señor en la misa
cuando habla en latín... Cuando tengo necesidad de alguna gracia, repito muchas
veces esas palabras con fe, y no ceso hasta conseguirla, Y siempre me han
escuchado el Señor y la Virgen. Ahora le rogué al Señor así, con la intención
de que me mande un sacerdote, porque siento que me voy a morir... Y ya ve
usted: me ha escuchado”.
En aquella época había en Pontecurone dos
párrocos y siete canónigos, porque la iglesia de Santa María Asunta era una
colegiata canónica qué obliga a recitar el oficio divino. Entre éstos estaban
Don Miguel Cattaneo, sacerdote ejemplar, “entregado de tal modo al ejercicio de
la caridad y tan amigo de los pobres que les mandaba la carne que compraba para
su comida; y Don Gaetano, sacerdote indigno, que escandalizaba a la gente
sencilla con su conducta”. Doña Carolina no estaba conforme con la misa de Don
Gaetano, y porque duraba quince minutos la llamaba: “Messa alla cacciatora”.
Cuando repicaba la campana, doña Carolina enviaba a sus hijos a la misa, y cuando regresaban les preguntaba;
— ¿Habéis
ido a misa?
— Sí,
mamá.
— ¿Quien
ha celebrado?
— El
canónigo Cattaneo.
Otra vez:
— ¿Habéis
estado en misa?
— Sí.
— ¿Quién ha celebrado?
— El
teniente cura.
Cierto domingo, al volver de la iglesia les
interrogó:
—
¿Quién ha dicho la misa?
Si respondían “Don Gaetano”, callaba; mas,
al tañer de nuevo la campana ordenaba:
— Id a misa.
— Pero si ya fuimos – protestaban los
muchachos.
— ¡Id
a oír otra misa! – insistía la madre.
Don Gaetano tuvo una triste muerte, y
debieron pagar a un hombre para que lo sepultara, porque nadie quería ir a la
casa.
Doña Carolina era severa y celosa por el
culto divino. Durante un tiempo residió en el pueblo un sacerdote que portaba
el Santísimo y lo exponía en el trono con poca piedad. Un día doña Carolina se
dirigió a la sacristía y le dijo:
— ¿Usted
cree o no cree que toca al Señor? ¡Al Señor no se lo trata de ese modo!
Una pariente contrajo matrimonio sólo
civilmente. Doña Carolina no puso más sus pies en aquella casa, y prohibió a
sus hijos que fueran a verla; y habiéndole esa parienta dejado una parcela de
tierra en su testamento, ella la rehusó.
Doña Carolina era de comunión frecuente, y
rogaba y comulgaba por sus hijos y por su marido, el cual, educado en la
milicia y huérfano desde pequeño, no practicaba. Al volver del templo solía
decir:
— Hoy
he tomado la comunión; he recibido al Señor, y he rogado primero por vosotros y
después por mí.
En cierta ocasión asistió a la conferencia
de un profesor que habló de Dante Alighieri. Durante su disertación aquél
repitió que Dante había estado en el Infierno, luego en el Purgatorio y
finalmente en el Paraíso. Al regresar a casa, la sencilla mujer comentaba:
— Ya
soy vieja y no he oído muchos discursos; pero nunca oí decir que se puede pasar
del infierno al purgatorio y del purgatorio al paraíso. Pero ¿quién es ese
santo Dante que ha ido al paraíso después de haber sido condenado al infierno?
En 1895 se casó su hijo Alberto con María
Genoveva Ferrari. Doña Carolina permaneció en Pontecurone con Benito, y
vivieron varios años en paz, hasta que éste contrajo matrimonio con Filomena
Franzini, en 1899. La madre no vio con muy buenos ojos este matrimonio, acaso
porque era demasiado joven. A pesar de eso, la atendía con deferencia, y unos
meses después, cuando la nuera cayó enferma de tifus, ella se contagió.
Benito y Filomena se mudaron de casa.
Alberto, entonces, deseaba llevarse consigo a su madre, pero ésta prefirió
vivir sola en la casita donde había muerto Victorio.
Don Orione vivía preocupado por la salud y
la soledad de su madre. Por eso el 27 de agosto de 1906 le escribió a su
hermano Benito diciéndole: “No me parece conveniente que mamá, a su edad, esté
sola; y yo le dije que venga conmigo, que haré todo lo posible para que pase
tranquila su ancianidad. Ella no ha decidido aún si vendrá pronto o se quedará
todavía algún tiempo en Pontecurone. Sea como fuere, tú y tu esposa podéis ir a
verla con la misma libertad como cuando estabas en nuestra casa. Me darás
siempre un gran consuelo y un gran obsequio
“VIDA DE
DON ORIONE”
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