DÍA
QUINTO.
PUNTO DE
MEDITACIÓN.
Sigue ¡Ho alma mía! contemplando atentamente
la horrible carnicería que en el destrozado cuerpo de tu amante Padre Jesucristo
ejecutó la crueldad de aquellos inhumanos verdugos, y mira como estando ya su
Majestad casi en términos de morir, y con repetidos parasismos de tal manera
despedazado, que ya no habia carne que azotar, sino solos huesos descarnados, y
como reveló nuestra Señora a Santa Brígida: “Como mi Hijo estuviese todo cubierto de su sangre, y
todo su cuerpo tan rastrado, que ya de los pies a la cabeza no habia parte sana
en donde pudiesen azotarle, entonces uno de los que estaban allí viendo que le
mataban, asustado y temeroso del mal que les podía venir a los verdugos si le
quitaban la vida antes de la sentencia, corrió y preguntóles, que ¿cómo sin
estar sentenciado a muerte le quitaban la vida? Y sin aguardar respuesta sacó un
cuchillo, y cortó las sogas.” Hasta aquí nuestra Señora y Santa Brígida;
y ahora alma mía, tú que lo estas contemplando, considera a tu Jesús nadando y
casi ahogado en aquel lago que de su preciosísima Sangre se habia hecho sobre
la tierra, y haz cuenta que le oyes decirle a la misma tierra las palabras de Job, que ya
hemos meditado: terra ne operías, Sanguinem meum ¡Ho, tierra depósito de mi
derramada Sangre! no la escondas ni encubras para que viéndola los hombres toda
vertida y derramada por sus pecados, se azore y amedrente el espíritu, y
conciba un grande furor contra estos mismos pecados, los aborrezca, les haga
guerra, y antes den la vida los hombres, y mil vidas que tuvieran, que volverme
a ofender, atendiendo al encendido amor con que por ellos derramo mi Sangre. No
la ocultes para que avise al hombre que le tengo que pedir rigurosa cuenta de
ella, y de que vive de la misma manera, y con el mismo descuido, después que a
tanta costa fué lavado con mi Sangre, como si no lo hubiera sido. Le diga que
se enmiende y no multiplique pecados, para que pida perdón, y no castigo:
misericordia, y no justicia.
Repasa bien alma mía estos puntos y aprovéchate
de tan celestial doctrina.
Los tres
credos gloriados.
¡Ho Jesús amabilísimo de mi vida! ¡Maltratado
y despedazado dueño de mi corazon! ¿Cómo no se me rasga éste en menudos pedazos
al verte caído, y casi ahogado en este lago de tu preciosísima derramada sangre?
¿Cómo tengo alientos para meditar estos tiernísimos pasos, sin derramar
abundantes lágrimas? ¿Qué haré yo, Jesús mío, para alcanzar este don de
lágrimas, con que deseo llorar tu amarga Pasión? Pero ya sé lo que he de hacer,
acogerme a esta misma Sangre preciosísima. Aquí me quiero estar al pie de esta
columna en que por mí sufriste tanta multitud de cruelísimos azotes. Dame
licencia, Señor, para estarme aquí, que según es tu benignidad y amor, espero
no me la negarás, ni te desdeñarás que los arroyos de tu preciosísima Sangre
caigan sobre mí, pues los derramas con tanta abundancia y liberalidad para
lavar y sanar pecadores. Caiga, Señor, caiga sobre mí este licor preciosísimo con
que he de quedar tan limpio y tan hermoso. Sí, mi Jesús, lávame y purifícame
con tu preciosísima Sangre, de todas las manchas que en mi alma han ocasionado
la multitud y malicia de mis pecados, para que limpio de todas ellas, alabe,
ame y sirva con un corazon contrito, limpio y humillado, a un Señor que me amó
tanto, que no dudó derramar su Sangre y perder su vida por mí; para que
viviendo y muriendo en tu santísima gracia, merezca tu eterna gloria, en donde
te goce y alabe por todos los siglos de los siglos. Amén.
La
Preciosísima Sangre &…
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