DIA SEGUNDO.
PUNTO DE MEDITACION.
Atiende, alma mía, que el inflamado deseo
que tenía tu amorosísimo Jesús de remediar pecadores, sacarlos de sus miserias,
y enriquecerlos de los celestiales tesoros de su Preciosísima Sangre, le traía
fatigado toda su vida, y no le dejaba
reposar ni de día ni de noche, tanto que vino a decir por San Lucas al
capítulo 12 estas palabras: Héme de dar
un baño en mi propia Sangre, y con ella tengo de hacer un repartimiento, y
derramamiento de mis tesoros. ¡Ah! y que afligido me veo hasta que lo vea
cumplido; que grandes congojas siento, hasta ver salir mi Sangre a borbollones, darla, y
derramarla toda por los hombres! En efecto, llegado que fué el deseado
tiempo, no se contentó con derramarla poco a poco; antes quiso que fuese
abierto todo su sagrado cuerpo para derramarla con abundancia. Acércate,
pues, con la consideración al Huerto, y mira como habiendo su Magestad
renunciado enteramente todas las consolaciones divinas y humanas, que pudieran
redundar en sus sentidos, así interiores, como exteriores, por una parte se le
representaba la voluntad eterna de su Padre para morir por los hombres: por
otra tenía una muy viva representación de los dolores, y penas que habia de
padecer, las afrentas de la cruz la ingratitud de los hombres: por otra la
perdición de tantas almas aun con una redención tan superabundante, que por su
querer no habían de aprovecharse de ella. La humanidad rehusaba naturalmente el
amargo cáliz: el espíritu pronto, y animoso se abrazaba con todas sus
amarguras, y con la fuerza del conflicto entre los dos apetitos, superior e
inferior, que (como suele decirse) luchaban a brazo partido. Vino por último a
reventar la Sagrada Sangre sudándola abundantemente por todos los poros de su
cuerpo santísimo, hasta bañarse con ella; y no solo esto; sino que abundó tanto
este derramamiento de Sangre, que corrió hasta empapar la tierra: y volviéndose
su Magestad a ella le dice (según sientan varios contemplativos) aquellas palabras
de Job al cap. 16: Terra ne operias Sanguinem meam, neque inveniat in te locum
latendi clamor meus. ¡O tierra! no encubras, ni ahogues mi Sangre, ni haya en
tí lugar donde se sepulten mis clamores, y vengan a echarlos en olvido los
hijos de Adán. Estas voces iremos ponderando en el discurso de la Novena. Y por
ahora resuélvete o alma mía, a no olvidar jamás esta derramada Sangre que por
tu amor se vertió
Los tres credos gloriados.
ORACIÓN.
¡O Jesús Dulcísimo de mi corazon! triste, y
angustiado dueño de mi alma: en qué términos tan amargos, y en que desconsuelos
tan indecibles te ha puesto el amor que me tienes, y el deseo de redimirme y enriquecerme
con el inestimable tesoro de tu Preciosísima Sangre, pues parece no pudo llegar
a más la congoja y agonía de tu afligida alma, que hacerte sudar por todos los
poros de tu sacrosanto cuerpo arroyos de Sangre! Otras congojas cuando mucho
suelen ser causa de sudor de agua; más la vuestra, ¡Oh atormentado Jesús mío!
fue tan crecida, que destempló todo tu Cuerpo, y tanto demudó la naturaleza que
te hizo sudar copiosísima Sangre, hasta regar con ella la tierra. Lávame, dueño
mío, con este saludable baño, y no permitas que se pierda en mí tanta Sangre
derramada: antes sí, fijando continuamente en mi corazon, y memoria este
inestimable precio que te costó mi pobrecita alma, sepa apreciarla como merece
ser apreciada, como comprada nada menos que con la Sangre de un Dios hombre,
para que este conocimiento me compela, y obligue a hacer obras dignas del
nombre de cristiano, con que consiga la gracia, y una muerte feliz para pasar a
gozarte en tu eterna gloria, por los siglos de los siglos. Amén.
La
Preciosísima Sangre &…
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