DÍA SEPTIMO.
PUNTO DE MEDITACIÓN.
Acércate ya, alma mía, al monte Calvario, y
atiende con los ojos de la consideración a tu atormentado Jesús (si todavía tienes
aliento para mirarle padecer) como despues de haber llegado con suma fatiga a
la cumbre de aquel monte; despues de haberle desnudado con indecible crueldad,
no solo de sus vestiduras, sino de su propia piel por estar ya pegada y casi
unida con la túnica interior: en fin, despues de haberle hecho tender en el
duro y tosco madero para abrir los barreno, dejándolos maliciosamente cortos
para más atormentarle, comienzan aquellos feroces verdugos el más inhumano
tormento que se habia visto, le mandan con imperio que se tienda en la cruz, y
tomando un ministro la mano derecha del Señor, la acomodó en el barreno, y otro
tomó un largo y grueso clavo, y poniéndoselo en la palma de aquella mano
divina, comienza a descargar muchos y repetidos golpes con un pesado martillo, hasta
traspasar la mano y clavar el clavo en la tierra; y queriendo clavar la otra
sacrosanta mano, mirando que no alcanzaba al barreno, por haber quedado (como ya
dijimos) maliciosamente corto para más atormentarle, le amarran fuertemente con
un cordel la mano que ya estaba clavada para más asegurarla, y con otro cordel
le estiran fuertemente la mano santísima que habían de clavar, haciendo hincapié
en el mismo sacratísimo cuerpo, y estirando con tal fuerza, que le desencajaron
todos los huesos de aquel sagrado pecho, hasta hacer llegar la mano al barreno
de la cruz, y clavándola con la misma fiereza que la otra, comienza a derramar
de ambas manos copiosos arroyos de Sangre, en tanta abundancia, que no solo teñía
con ellos los vestidos y manos de los verdugos y la cruz, sino que corría hasta
la tierra. Atiende como volviéndose a ella, lleno de los más vivos sentimientos
le sigue hablando con las palabras de Job arriba citadas, terra ne operías
Sanguinem meum. O dichosa tierra regada ya con mi Sangre, no la escondas ni
encubras, porque esté siempre patente a los ojos de mi Eterno Padre, y vea, que
si está muy ofendido de los hombres, también está muy bien pagado por aquellos
que quisieron aprovecharse de ella, y aplacándose en sus justas iras, se
incline a hacer misericordias a mis amados (aunque ingratísimos hermanos) los
hombres. Llénate de aliento, alma mía; con este rico tesoro, que ya tienes con
que satisfacer a la divina Justicia la deuda de tus culpas, y ama sin cesar a
quien tanto te ama.
Los tres
credos gloriados.
ORACIÓN.
¡O amantísimo y crucificado Jesús de mi
vida! ¿Es posible dueño de mi corazon que estas divinas manos que fabricaron los
cielos, se han de ver traspasadas y rotas por la más vil criatura, como soy yo?
¿Es posible que haya en mi ingrato corazón, ánimo y valor para meditar estas
finezas, y no se me rompa en menudos pedazos de dolor al ver por los suelos
derramados tu preciosísima Sangre? ¡Oh Sangre de mi Dios! ¡Oh licor de misericordia!
ya que el mundo te desprecia tanto, y yo ingrato tantas veces lo he ejecutado,
vente ahora a mí, que ya arrepentido te busco y te deseo recoger; ven, te recogeré
y abrazaré dentro de mi corazon. Adorote, preciosísima Sangre, vida de mi alma:
adorote, riqueza de los cielos y de la tierra. En tí deseo bañarme, por tí
deseo derramar la mía por no ofenderte más, mi dulce Jesús, por amarte de todo
mi corazón. ¡Oh quien nunca te hubiera despreciado por dar gusto a mis
apetitos! salgan, salgan fuera de mí todos tus enemigos, que son mis culpas y
vicios, por medio de tu preciosísima Sangre, para que tú solo tomes posesión de
este mi corazon que ansioso me pides, y yo quiero darte: y pues tu amor te
obligó a darme toda tu Sangre, y con ella tu vida, tu divinidad, y todos tus
infinitos méritos; este mismo amor, y tu misericordia te obliguen, Señor, a que
esta misma Sangre me renueve todo, todo me limpie, todo me purifique, todo me
posea, todo me abrase, y todo yo quede consumido en tu amor desde ahora, y para
siempre, en esta vida, y en la otra que espero gozarte por los siglos de los
siglos. Amén.
La
Preciosísima Sangre&…
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