La madre de Luis Orione,
a pesar de ser analfabeta, era una mujer excepcional. Se parecía
extraordinariamente a Margarita Occhiena, la madre de Don Bosco, como asimismo
se asemejaron los hijos en sus vidas y en sus obras. Era agraciada, hacendosa,
humilde, de profunda fe religiosa, y bien podía ser reputada como “la mujer
fuerte de la Biblia”.
Sus padres eran extremadamente pobres,
aunque honrados y muy piadosos, estimados por su laboriosidad y su generosidad.
Carolina Feltri nació el 11 de diciembre de 1833. A los quince años estaba al
servicio de una hostería de Tortona, donde conoció a Victorio Orione, soldado
garibaldino, de paso con otros camaradas.
Al ver a la graciosa y grave joven le lanzó
un piropo, y Carolina, por respuesta, le dio una bofetada. El soldado, corrido,
la dejó en paz y, en lugar de enfadarse, la admiró más aún. Al año siguiente
visitó a Carolina, y la pidió en matrimonio.
(…)
Carolina
concurría frecuentemente a las funciones parroquiales. Lo que pedía prestado lo
devolvía enseguida. Era severa y justa. Una muchacha robó leña en casa de una
vecina y ella avisó a la madre. Cierta vez un médico joven, la trató de tú; y
elIa, sin mayor cumplimiento, le dijo:
—Excúseme,
señor doctor; pero yo de tú no trato sino a mis hijos, y mis hijos me tratan de
usted. Yo podría ser su madre.
Admirado, el médico la llamaba en lo
sucesivo “señora Carolina”.
Cuando eran encargados de la villa del ministro
Ratazzi, en ocasión en que Carolina llevaba en el brazo derecho a su hijo
menor, el magistrado le hizo una caricia al pasar. Doña Carolina, indignada,
cambió de brazo al pequeñuelo y asestó una bofetada al ministro. Después se fue
a casa de su madre. Ratazzi explicó luego a Victorio que el suyo había sido un
gesto inocente y le rogó que no permitiera correr ningún rumor. Victorio
habló con su mujer, persuadiéndola que tornara a la villa.
Ratazzi conservó desde entonces alta
estimación por Carolina, y un día le dijo a Victorio:
—Si tu mujer llevara pantalones y supiera
leer y escribir, podría ser ministro de Estado.
Cuando más tarde Don Orione recordaba a su
madre, solía nombrarla: “Aquella de las bofetadas”.
Por un sueño que tuvo en 1873, doña Carolina
supo que Ratazzi había muerto. En su hijo Luis habrían de manifestarse más
tarde, por ciertos sueños, anuncios celestiales. A partir de entonces el
matrimonio Orione fue a vivir a casa de la viuda marquesa de Ratazzi.
Las costumbres eran sencillas y puras, y la
gente, aunque ignorante, era moralmente sana. Tenía reuniones en invierno.
Carolina trabajaba en el horno, hacía calcetas, tejía, cosía, y, mientras conversaban,
rezaban el rosario
Doña Carolina deseaba siempre saber dónde
estaban sus hijos. Se aseguraba si habían ido adonde se proponían, y no se
acostaba hasta que no estuviesen en sus lechos. Cuando espigaba, solía llevarse
consigo a Luis, el más pequeño, y si éste sentía sueño, extendía su delantal en
la tierra, lo ponía encima y el chico se dormía dulcemente.
La madre los ejercitaba en combatir la
indolencia y la poltronería, los habituaba a levantarse temprano y a lavarse
enseguida, aun en invierno. A la hora de dormir Doña Carolina no permitía que
sus hijos permanecieran ociosos, pues debían madrugar al día siguiente. Cuando
el padre llevaba a Luis, éste le ayudaba a cargar piedras. Ya estaba
acostumbrado a vencer la repugnancia del agua fría y a dominar la fatiga.
Doña Carolina tampoco permitía la discordia
entre los hermanos. Aborrecía la murmuración, y aconsejaba a sus hijos:
—Tirad siempre agua sobre el fuego; no
arrojéis leña. Si sentís un acceso de furor, extinguidlo. No aticéis el fuego.
Poned siempre el pie encima. Cuando habléis, guardaos de hacerlo como la
avispa, que con su aguijón punza siempre.
Los objetos viejos los sabía combinar, y así
triunfaba de su pobreza honesta. Se ingeniaba para arreglar los vestidos del
hijo mayor, de modo que pudieran servir a los otros. Cuando Luis tuvo 13 años y
se disponía a ir al convento de Voghera, le puso la misma ropa que antes habían
usado Benito y Alberto. A pesar de su pobreza, pudo dejar después algún dinero
para los huérfanos de la Divina Providencia.
La pobre mujer se levantaba a las tres de la
mañana y tras de despachar las tareas del hogar, salía a trabajar. Se amañaba
en todo y hacía las veces de varón cuando el marido estaba ausente. Batía la
hoz para cortar la hierba, y la afilaba; hacía la tela con el cáñamo hilado por
ella y repartía a sus hijos la sábana y la hermosa ropa blanca.
Mientras Victorio estaba ausente, Dona
Carolina atendía el hogar, servía en la villa de Ratazzi, juntaba leña, y
hierbas comestibles, y trabajaba en la cosecha por ocho soldi diarios. Haciendo
un comentario de este salario, Don Orione decía más tarde: “El patrón de que
habla el Evangelio conviene en dar un denario por día a los obreros. Os diré:
¡Es poco!... Mi madre trabajaba por día; empezaba a las 6 y volvía a la noche,
y cuando iba a la granja le daban ocho soldi. ¿Sabéis cuánto es un soldi? Le
daban, pues, 40 centavos al día”.
A pesar de su humildad y de su pobreza, doña
Carolina educó a sus hijos como un rey pudiera hacerlo con los príncipes.
“VIDA DE DON ORIONE”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.