DÍA
SEXTO.
PUNTO DE
MEDITACIÓN.
Contempla, alma mía, como pasada aquella
cruel carnicería de los desapiadados azotes, con que atormentaron a tu dulcísimo
Jesús, le previenen otro cruelísimo martirio que fué el de la coronación de
espinas, y para esto considera que formaron la corona de juncos marinos, sobre
manera gruesos, haciéndola en forma de casquete, dejándola maliciosamente
estrecha, de modo que entrara en la divina cabeza sumamente forzada para
causarle mayor dolor y tormento: en efecto; acabada que fué la inhumana corona
la trajeron, y con mucha irrisión y mofa, hincándole la rodilla, por burla, y
tratándole como a fatuo, se la, ponen sobre su sagrada cabeza; y luego cogiendo
unas horquillas de palo, la fueron encajando a fuerza de golpes, con tal
fiereza, que le pasaron las espinas el cráneo hasta llegar a sus divinos ojos,
comenzando a derramar arroyos de Sangre por los cabellos y todo el soberano
rostro entrándose por los ojos y boca santísima, en tanta abundancia, que quedó
(según Santa Brígida) la divina cabeza
como si la hubieran metido en una tina de sangre. Medita ahora, alma,
que atendiendo tú maltratado Jesús a su preciosísima Sangre derramada por la
tierra, le oyes seguir hablando con ella, con las palabras de Job arriba
citadas: terra ne operías Sanguinem meum. Oh
tierra ya santificada con mi Sangre, no la encubras ni la tapes, porque ya que
el hombre no haga servicios, ni obras que puedan alegar delante de mi Padre Eterno,
ni en que pueda estribar su confianza, quedando esta mi Sangre descubierta y
patente, confíe en ella, y se la presente á mi Padre; pues basta para satisfacerle
cuantas veces le ofendiere, si arrepentido se vale de ella. No sepultes ni
ahogues sus súplicas, para que si las voces del hombre fueren tibias, y no
merecieren que mi Padre las oiga, alcance por esta mí derramada Sangre y
méritos, lo que por sus obras desmerece.
Con estos sentimientos santos anímate, alma mía,
y acógete llena de confianza a esta preciosísima Sangre, presentándosela al
Padre Eterno para alcanzar perdón de tus culpas.
Los tres credos gloriados.
ORACIÓN.
¡Oh atormentado
y afligido Jesús de mi vida! Que no contento con haber sufrido el inhumano
tormento de los azotes, derramando en aquella helada columna arroyos de tu
preciosísima Sangre, quisiste sufrir el inexplicable martirio de ser coronado
de agudas y penetrantes espinas, con las que te atravesaron tu divina cabeza,
pasando sus agudas puntas hasta lastimar los hermosos luceros de tus ojos, y
corriendo por todo tu venerable rostro tanta abundancia de Sangre, que corrió
por todo tu cuello y cuerpo santísimo, todo a fin de manifestarme lo excesivo
de tu amor, y lo ardiente de tu caridad, y el deseo que tienes de mi salvación:
haz pues, Jesús de mi vida, que conociendo el inmenso beneficio que tan liberal
me haces con este abundantísimo riego de tu sagrada Sangre, sepa aprovecharme de
ella para poner los proporcionados medios para asegurar mi salvación; y no
permitas que con la reincidencia y repetición de mis culpas, me haga indigno de
los celestiales tesoros que con ella pretendes darme, sino que preciándola y
venerándola como es debido, fructifique en mi alma obras heroicas y propias de
un cristiano, esto es, de un discípulo de Cristo, para qué con ellas unidas a
esta tu derramada Sangre, merezca en esta vida la gracia final, para pasar a
alabarte y gozarte en la eterna gloria, por los siglos de los siglos. Amén.
La
Preciosísima Sangre&…
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