I.
El joven santo fue víctima del amor de Dios; le sacrificó su fortuna,
abandonando su marquesado para entrar en la Compañía de Jesús, a pesar de los
obstáculos que oponía su padre a su piadoso designio. ¿Estás
acaso, retenido en el mundo por lazos tan fuertes como los suyos? Dios bien merece que dejes todo lo que tienes, para
seguir su llamado y ganar su paraíso; deja todo, si no materialmente, por lo
menos por el espíritu y la voluntad.
II.
Sacrificó Luis su cuerpo a Dios por el voto de
virginidad, que renovó al entrar en religión. Émulo de la pureza de los
Ángeles, llevó la modestia hasta no poner nunca sus ojos en una mujer. Además,
mortificó su cuerpo con rigurosa y continua penitencia. ¿Quieres consagrar tu
cuerpo a Jesucristo como hostia viva y santa? Custodia tus sentidos, mortifícalos. La vida de un cristiano debe ser
continuo martirio.
III.
Consagró
el santo su libertad a Dios por el voto de obediencia. Los honores que ahora recibe, en el
cielo y en la tierra, son el precio de su voluntario abatimiento. El camino más seguro
para ir al cielo es el de la obediencia. Obedece a tus
superiores fielmente, prontamente, sin murmurar; a Jesucristo es a quien
obedeces, Él es quien te recompensará. En fin, recuerda que no sólo los religiosos, sino también
los cristianos deben ser víctimas que se inmolan sin cesar a Dios. Los cuerpos de los
fieles son hostias de Dios, miembros de Cristo, templos del Espíritu Santo
(San Agustín).
Pedid
la castidad. Orad por las órdenes religiosas.
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