Los
Santos, y en especial Santa Teresa (“Vida” Santa Teresa), nos dicen cuáles sean
los remedios.
A) El primero de ellos es la oración
humilde y confiada, para poner de parte nuestra a Dios y a los ángeles
buenos. Si con nosotros estuviere Dios, ¿quién
podrá contra nosotros? ¿Quién podrá medirse con Dios? “¿Quis ut Deus?”.
La oración que decimos, ha de ser humilde;
porque no hay cosa alguna que ponga más pronto en huida al Angel rebelde, el
cual, como se alzó contra Dios por soberbia, no pudo jamás practicar la humildad;
humillarse, pues, ante Dios, y confesar que no podremos vencer sin su ayuda,
deshace los intentos del Angel de la soberbia. Ha de ser también confiada,
porque, por ir la gloria de Dios en la victoria nuestra, podemos confiar
plenamente en la eficacia de su gracia.
Asimismo es bueno acudir a San Miguel, que, habiendo vencido tan fuertemente al
demonio, gozará con vencerle de nuevo en nosotros y por nosotros. Nuestro Ángel de la guarda le ayudará con sumo
placer en la empresa, si ponemos en él nuestra confianza. Más, sobre todo, no
descuidaremos el rogar
a la Virgen Inmaculada, que le tiene puesto el virginal pie a la
serpiente, y que pone más miedo en el demonio que un ejército en orden de
batalla.
B) El segundo medio es el uso confiado de los sacramentos y de los
sacramentales. La confesión,
por ser un acto de humildad, pone en fuga al demonio; la absolución, que va en pos de ella, nos aplica los méritos de
Jesucristo y nos hace invulnerables a los tiros del enemigo; la sagrada comunión,
por la que viene a nuestro corazón Aquél que venció a Satanás, infunde a éste
verdadero terror.
Los mismos sacramentales, la señal de la cruz, o las
oraciones litúrgicas, recitadas con fe y con la intención de la Iglesia, son
ayuda muy valiosa.
Santa Teresa recomienda en particular el uso del
agua bendita “En este tiempo,
también una noche, pensé me ahogaban; y como echaron mucha agua bendita, vi ir
mucha multitud de ellos, como quien se va despeñando” (vida), quizá
por ser gran humillación para el demonio el verse lanzado con medio tan
sencillo y corriente.
C) El medio postrero es un
absoluto desprecio del demonio. También
nos le da Santa Teresa: “Son, dice, tantas veces las que estos malditos me atormentan, y
tan poco el miedo que yo ya les tengo, con ver que no se pueden actuar si el Señor
no les da licencia... Sepan que a cada vez que se nos da poco de ellos, quedan
con menos fuerza y el alma muy más señora... Porque son nada sus fuerzas si no
ven almas rendidas a ellos y cobardes, que aquí muestran ellos su poder” (Vida)
Dura humillación es para tan soberbios
espíritus el verse despreciados de seres inferiores a ellos. Pues, si como
hemos dicho, pusiéremos humildemente nuestra confianza en Dios, tendremos el
derecho y el deber de despreciarlos: “¿Si Deus pro nobis, quis contra nos?” Pueden
ellos ladrar, mas no podrán mordernos, si no fuere que por imprudencia o
soberbia nos llegáramos a ellos. La pelea, pues, que hemos de reñir con el
demonio, nos ayuda a adelantar en la vida espiritual.
“COMPENDIO DE TEOLOGÍA ASCÉTICA Y MÍSTICA”
AÑO 1930
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