EJEMPLO: Santo Domingo
Se puede afirmar que ese grito de amor: ¡Es necesario que Ella reine! era la
divisa de este gran santo. Extender el culto de María y ganar corazones a su
dulce Reina era el fin de su existencia.
Desde su más tierna infancia escogió a María
por Madre y la tomó por modelo de todas sus acciones. Se acostumbró a vivir en
la intimidad de su cariñosa Madre y puso en la consecución de la vida de unión
su tranquilidad resignada y el celo ardiente que en él admiramos.
Desconfiando de sí mismo, sin embargo se
reconoció elegido para apóstol de María y como tal todo lo esperaba de su
protección. Su nombre bendito no se caía de los labios del santo y al
pronunciarlo o pensar en su celestial Madre se derretía en amorosas lágrimas y
era arrebatado en dulce éxtasis. Daba comienzo a todas sus obras con la
invocación: “¡Permitid que os alabe, oh
Virgen, santa! ¡Dadme fortaleza contra vuestros enemigos!”
Esta vida de intimidad produjo en su alma
ardoroso celo por hacer a los demás partícipes de sus convicciones personales. ¡Es necesario que Ella reine!,
exclamaba con transportes de entusiasmo sagrado. Es necesario que Ella reine
primero para establecer por su medio el reinado de su Hijo. Y para realizar
esta aspiración nunca predicaba sin hablar algo de su divina Reina, ni daba
comienzo a sermón alguno sin rogarle antes que bendijese su palabra. A él se
atribuye la costumbre, tan antigua, de terminar los predicadores el exordio con
el Avemaria.
En los comienzos de su predicación el
resultado no correspondía al trabajo; los herejes, a cuya conversión se había
consagrado, seguían sordos a sus apremiantes exhortaciones y, a pesar de los
prodigios de fe y de penitencia, el santo derramaba frecuentes e inconsolables
lágrimas al ver la esterilidad de su apostolado.
Permitió
el Señor estos primeros fracasos porque intentaba revelar al mundo el poder de
su santa Madre y los frutos admirables que su devoción produce.
Cierto día en que el santo se quejaba
confiadamente a la Santísima Virgen y la conjuraba a que bendijese sus
trabajos, fue arrebatado en éxtasis. María se le mostró hermosa y radiante y le
mandó que cesase ya en su inconsolable llanto. “Aquí tienes mi Rosario —le dijo—: predícalo en todas partes; él será
eficaz remedio para todos los males”. Tomó el santo el Rosario con piadosa
avidez y comenzó a predicar por doquiera esta devoción. Nada es capaz de
contener su celo en propagarlo, y bien pronto el éxito más impensado corona sus
esfuerzos. Los herejes se convierten en masa...
Estos pacíficos triunfos inflamaron su celo
de tal suerte que el santo no admitía descanso y eran sus resultados tan
brillantes que en una sola provincia de Italia, la Lombardía, convirtió por el
Rosario a cien mil herejes.
Así pudo decirnos San Vicente Ferrer que
de Santo Domingo se sirvió la Santísima Virgen para salvar y
alegrar el mundo.
“Espíritu de la vida de intimidad con la Santísima Virgen”
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