martes, 30 de mayo de 2017

¡Es necesario que María Reine! – Por el R. P. Lombaerde (misionero de la Sagrada Familia)




EJEMPLO: Santo Domingo

   Se puede afirmar que ese grito de amor: ¡Es necesario que Ella reine! era la divisa de este gran santo. Extender el culto de María y ganar corazones a su dulce Reina era el fin de su existencia.

   Desde su más tierna infancia escogió a María por Madre y la tomó por modelo de todas sus acciones. Se acostumbró a vivir en la intimidad de su cariñosa Madre y puso en la consecución de la vida de unión su tranquilidad resignada y el celo ardiente que en él admiramos.

   Desconfiando de sí mismo, sin embargo se reconoció elegido para apóstol de María y como tal todo lo esperaba de su protección. Su nombre bendito no se caía de los labios del santo y al pronunciarlo o pensar en su celestial Madre se derretía en amorosas lágrimas y era arrebatado en dulce éxtasis. Daba comienzo a todas sus obras con la invocación: “¡Permitid que os alabe, oh Virgen, santa! ¡Dadme fortaleza contra vuestros enemigos!”

   Esta vida de intimidad produjo en su alma ardoroso celo por hacer a los demás partícipes de sus convicciones personales. ¡Es necesario que Ella reine!, exclamaba con transportes de entusiasmo sagrado. Es necesario que Ella reine primero para establecer por su medio el reinado de su Hijo. Y para realizar esta aspiración nunca predicaba sin hablar algo de su divina Reina, ni daba comienzo a sermón alguno sin rogarle antes que bendijese su palabra. A él se atribuye la costumbre, tan antigua, de terminar los predicadores el exordio con el Avemaria.

   En los comienzos de su predicación el resultado no correspondía al trabajo; los herejes, a cuya conversión se había consagrado, seguían sordos a sus apremiantes exhortaciones y, a pesar de los prodigios de fe y de penitencia, el santo derramaba frecuentes e inconsolables lágrimas al ver la esterilidad de su apostolado.

   Permitió el Señor estos primeros fracasos porque intentaba revelar al mundo el poder de su santa Madre y los frutos admirables que su devoción produce.

   Cierto día en que el santo se quejaba confiadamente a la Santísima Virgen y la conjuraba a que bendijese sus trabajos, fue arrebatado en éxtasis. María se le mostró hermosa y radiante y le mandó que cesase ya en su inconsolable llanto. “Aquí tienes mi Rosario —le dijo—: predícalo en todas partes; él será eficaz remedio para todos los males”. Tomó el santo el Rosario con piadosa avidez y comenzó a predicar por doquiera esta devoción. Nada es capaz de contener su celo en propagarlo, y bien pronto el éxito más impensado corona sus esfuerzos. Los herejes se convierten en masa...

   Estos pacíficos triunfos inflamaron su celo de tal suerte que el santo no admitía descanso y eran sus resultados tan brillantes que en una sola provincia de Italia, la Lombardía, convirtió por el Rosario a cien mil herejes.

   Así pudo decirnos San Vicente Ferrer que de Santo Domingo se sirvió la Santísima Virgen para salvar y alegrar el mundo.



“Espíritu de la vida de intimidad con la Santísima Virgen”

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