La Santísima Virgen, en
su Santuario de Fátima no solamente dispensa múltiples gracias curando las
dolencias físicas de quienes fervorosamente acuden a Ella; dispensa también
otro género de gracias, para nosotros de muchos más subidos quilates, gracias
tan necesarias para nuestra salvación.
Estos milagros morales, milagros en sentido
espiritual, son consoladoramente más numerosos que las curaciones instantáneas
de enfermedades materiales. No hay peregrinación en que no se registren varios
de estos milagros morales. Referiremos los principales, extraídos del libro del Padre Luis G. Da Fonseca, profesor del Instituto
Bíblico en Roma.
El comunista
convertido. Vivía
en Porto un jornalero, que si bien no era de carácter malo, por seguir los
consejos de sus compañeros, se hizo comunista. Abandonó sus cristianos deberes,
llegando a destruir todas las imágenes piadosas de su hogar. Nunca se lo veía
en la iglesia; en cambio, eran frecuentes sus visitas a las tabernas. Su mala
conducta trajo la miseria y. el desorden en su hogar, siendo las víctimas
inocentes de sus extravíos, su mujer y sus hijos.
A pesar de sus condenables costumbres,
conservaba buenas relaciones con una familia vecina, muy católica. Cayó
gravemente enferma una joven, miembro de esta familia, siendo el mal de tal
naturaleza que los médicos lo diagnosticaron como incurable. Con tal doloroso
aviso, los padres de la joven recurrieron a la Santísima Virgen. Apenas habían transcurrido
algunos días, cuando la paciente disfrutaba de plena salud.
Encontróse con el comunista de nuestro relato,
quien creyéndola ya casi difunta, sorprendiese al verla y le preguntó:
— ¿Cómo, Ud. está viva?...
La joven le contestó alegremente:
— ¿Le
hubiera gustado que muriera?... Cierto es, me encontraba muy grave, pero
Nuestra Señora de Fátima pudo hacer aquello que los médicos creían imposible.
El comunista, burlándose, añadió:
— Las cosas que se refieren de Fátima son
puros inventos de curas y frailes. ¡Ahí está la cosa! La
joven, a pesar de tal respuesta, le dijo:
— ¿Quiere Ud. hacerme un favor?...
— ¡No puedo negarme, señorita!, contestó en
seguida.
— Pero, cuidado con arrepentirse.
— Yo no conozco
arrepentimiento; lo que prometo, lo cumplo, a pesar de todas las dificultades,
concluyó en tono de gran hombría.
— Pues
bien — le dijo la joven—, Ud. vendrá conmigo a Fátima.
Quiso disculparse, pero recordó sus palabras
tan solemnemente empeñadas y aunque ardiendo en su interior de comprimida impaciencia
contestó sonriente:
— Bueno... Que sea... Iré...
— Pasado mañana iré a Fátima.
— No digas tonterías —le replicó la señora.
— Es verdad —siguió afirmando el hombre—; me
he comprometido con la señorita N. y no tengo más remedio que cumplir. Pasado
mañana iré a Fátima.
Y estuvo en Fátima. Asistió a la procesión
de velas; a la adoración; contempló con sus propios ojos aquella fe ardiente y
fervorosa de esa ingente multitud, admiró el orden y la disciplina reinante en
aquel oleaje humano, y todo le impresionó tan profundamente, que repetía una y
otra vez:
— ¡Aquí está la cosa!
Al día siguiente, su admiración iba
creciendo; cuando contempló a los 200.000 o más peregrinos aclamando y
vitoreando a la Santísima Virgen, sintióse poseído de una conmoción y,
espontáneamente, sin advertirlo él mismo, saludaba también con su pañuelo a la
Sagrada Imagen. En eso le detuvo el respeto humano y bajó el pañuelo, secando
con él las lágrimas que, a pesar de su esfuerzo por reprimirlas, surcaba su
duro rostro.
Un señor que estaba junto a él, le preguntó:
— ¿Qué le parece todo esto?
— Realmente
—dijo—, ¡aquí está la cosa!...
No se confesó ni tampoco rezó, pero en el
viaje y en los días subsiguientes mostróse pensativo..., muy pensativo. Olvidó
sus visitas a la taberna y abandonó a sus compañeros de otro tiempo. El primer
sábado entraba en una iglesia, y a los pies de un ministro de Dios aprobaba el peso
de las culpas de varios años.
Al penetrar en su hogar, contó a los suyos
que se había reconciliado con Dios, y los invitó a rezar con él el santo
rosario.
A la mañana siguiente, acompañado de su
esposa e hijos, recibía el Pan de los Ángeles.
Retornó a su hogar el bienestar y la alegría
y, desde aquel entonces, la educación de sus hijos abarcó todos sus anhelos.
“APARICIONES
de la SANTÍSIMA VIRGEN en FÁTIMA”
P.
LEONARDO RUSKOVI´C
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.