Pregunto ahora: ¿al comulgar lo haces por tu familia, o bien lo haces por tí? Dado el
caso que a tu familia le disgustase el que comieses diariamente, ¿dejarás por eso de hacerlo?
No hay duda qué son una cosa grande y santa la
obediencia filial y los deberes de la familia, pero siempre y cuando la familia
no se meta sino en lo que le concierne. Sé muy bien que, hasta cierto punto, aún
en lo que mira al servicio de Dios, estamos obligados a condescender con
ciertas exigencias de los muertos; pero esta condescendencia también tiene un
límite, siendo que trata de un deber que hay respetarlo. Justamente siendo los
Sacramentos, más que otra cualquiera cosa,
independientes de la jurisdicción de la familia, lo mejor es dejar la
solución de este grave y delicado caso de conciencia al juicio de la Iglesia y
de sus ministros.
La sagrada Comunion es el manantial de toda gracia,
y la fuente de toda dulzura y bondad; resaltando de aquí que, cuando más a
menudo comulgues, empleando todos los medios para hacerlo lo mejor posible, te
irás perfeccionando de día en día; no será tu familia la última en apercibirse
de ello, y como no será tampoco la última en sacar provecho de tu perfeccionamiento
se guardará muy mucho de crearte ningún obstáculo. Sé prudente y firme; pues de
este modo encontrarás ciertamente medios para frecuentar los santos
Sacramentos, sin necesidad de molestar a nadie.
Pero si desgraciadamente, a pesar de todos tus
miramientos y precauciones, tuvieses todavía algo que decir de la piedad tu
familia, no te detengas por eso; antes al contrario, adelanta con paso firme, y
seguro aparentando no observar nada absolutamente; y veras como por este medio
consigues ver desvanecida muy pronto toda preocupación o que a lo menos se
acostumbren a verte comulgar, de la misma manera que se habitúa uno a las cosas
que le disgustan. ¿Sabes tú, por ventura,
si Dios Nuestro Señor quiere recompensar de este modo tu constancia, atrayendo a
su amor a aquellos mismos que hoy procuran aparte de Él, valiéndose para esto
de cuantos medios están a su alcance?
Un
bello ejemplo para meditarlo.
Esto es lo que, en el momento mismo en que escribo
estas líneas, le está pasando a un rico comerciante de Paris, hombre
profundamente indiferente en materias de religión, y sumamente opuesto a toda
práctica de piedad Habiendo este hombre enviudado hace ya algunos años, manda a
sus dos hijas a un excelente y magnífico colegio, en donde recibieron una educación
sólida y profundamente cristiana. Apenas había cumplido diez y seis años su
hija mayor, cuando tuvo a bien sacarla del colegio para en cargarla del
gobierno de la casa, Esta Joven, tan firme como piadosa, no interrumpió ni por un
momento las prácticas cristiana, por más que se vió obligada, para no irritar a
su padre, a ocultarlas cuidadosamente. Este, sin embargo, la sorprendió una
mañana, al volver de misa en compañía de su camarera; y como no se hubiese
desayunado todavía, sospechando algo, preguntóle: “¿Has comulgado?—Sí, papá, contestóle sin vacilar y al mismo tiempo he
rogado mucho por Ud. — ¿Y comulgas a menudo? aludió el padre con tono
áspero y severo, —Si, papá, a menudo,
muy a menudo tengo esta dicha: esto es lo que me da fuerza y valor para llenar cumplidamente
todos mis deberes y en particular para conducirme con Ud. como debo. Hubo
un momento de silencio, y el padre inclinó la cabeza. Cuando la levantó, sus
ojos estaban arrasados de lágrima, y abrazando tiernamente a su hija, no menos
conmovida que él, exclamó con la voz entrecortada por los sollozos: ‘‘¡Hija de mi alma, cuán dichoso soy en
tener una hija como tú!”
A partir de este día, ha habido una
trasformación completa en las ideas y en toda la manera de ser de dicho
comerciante, y por más que desgraciadamente falte todavía algo para su completa
conversión, todo indica que está a punto de efectuarse. ¡Cuántas familias se convertirían a Dios si tuviesen por dicha en su seno
una alma tan enérgica y fiel en la práctica del amor de Jesucristo y tan
constante en recibir con frecuencia la sagrada Comunión!
“LA
SAGRADA COMUNIÓN”
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