“Llegamos
al final de esta larga y edificante publicación. Si de algo les sirvió por
favor eleven una oración por el ya difunto Padre José Luis Chiavarino, quien es
el autor de esta obra muy antigua”
Discípulo. —Dígame,
Padre: ¿cómo borra los pecados veniales
la Santa Comunión?
Maestro.
—La Sagrada Comunión es también medicina que sana, y fuego que abrasa y
purifica. Pero, antes, dime, ¿qué es
pecado venial?
D. —Es
una mancha del alma que la afea, la deforma y, a veces, la hace asquerosa.
M.
—Muy bien.
La
Sagrada Comunión es como el hierro y como el fuego del médico, que quema y hace
desaparecer las llagas del alma, quitándole las manchas. Nuestra alma se vuelve
cada vez más hermosa y limpia, encontrando Jesús sus delicias en comunicarnos
sus gracias especiales.
D — ¡Oh
Padre, qué grande es el bien que nos reporta la Comunión frecuente! Jamás
se debería dejar, aunque sólo fuera por conseguir este solo efecto.
M.
–– ¡Así es!...
De
la misma manera que todas las mañanas nos lavamos las manos y la cara para
quitarnos el polvo y las manchas y estar limpios, así cada mañana debemos lavar
nuestra alma en la Sagrada Comunión. Para esto la instituyó Jesucristo, y la
Iglesia desea que nos sirvamos de ella como remedio cotidiano para las
deficiencias de cada día.
D. —Cosas
son éstas, Padre, en las que nunca había pensado seriamente, a pesar de ser tan
hermosas. Dígame ahora cómo preserva la Sagrada Comunión de los pecados
mortales.
M.
—De dos maneras: interna y externamente. Ante todo, nos preserva internamente
nutriendo y robusteciendo nuestra alma hasta hacerla casi invulnerable al
pecado mortal. La comprenderás mejor con dos ejemplos sacados de la obra Las
grandezas de la Comunión.
Cuentan
los misioneros venidos de Africa que en aquellas regiones se cría un animal un
poco más grande que nuestro gato y que le llaman gato salvaje.
Este
animal, casi siempre está en lucha con las serpientes, tan abundantes en
aquella tierra: y cuentan que casi siempre vence, porque conoce bien una hierba
que tiene la propiedad extraordinaria de preservar de las mordeduras venenosas
de las serpientes. Cuando le asaltan, apenas ha sentido el mordisco, se
revuelca en aquella hierba y la come; así está siempre dispuesto a luchar.
Herido
dos y tres veces, vuelve siempre a la hierba y recupera fuerzas, hasta que
logra aplastar la cabeza de su enemiga.
También
nosotros estamos constantemente luchando con la serpiente infernal, que de mil
formas y maneras acecha a nuestra alma.
¿Queremos
salir vencedores? Tomemos el remedio infalible, el
contraveneno, que es la Comunión frecuente y bien hecha, y el demonio no podrá
con nosotros.
Mitridates,
famoso rey del Ponto, en el Asia Menor, fué uno de los mayores enemigos que
tuvieron los romanos, contra los cuales luchó por espacio de cuarenta años. Era
muy esforzado y muy astuto, sobre todo instruidísimo: hablaba veintidós
lenguas; pero era también muy ambicioso y por demás cruel, hasta el punto de
que sus súbditos y sus mismos soldados se rebelaron contra él y le obligaron a
que se diera a sí mismo la muerte.
El
entonces, para conjurar la ira de ellos, intentó envenenarse; pero por más
veneno que ingería no lo lograba, pues cuenta la historia que Mitridates había
contraído la costumbre, desde mucho tiempo, de beber cada día una pequeña
cantidad de veneno, de tal manera que poco a poco se había hecho como
invulnerable a sus efectos.
Pues
bien, si en las luchas espirituales queremos llegar a ser invulnerables,
habituémonos, no a beber el veneno, sino a comer todos los días la carne
purísima de Jesús. La Comunión, es verdad, no nos hace impecables, pero
preserva del pecado, como dice el Catecismo, y preservar quiere decir,
precisamente, que obra de tal manera, da tanta gracia, que nos hace resistir al
mal para no caer en pecado; y si alguna vez tenemos la desgracia de caer, nos
da fuerza para arrepentimos en seguida y confesarnos.
Nos
preserva, además internamente, poniéndonos a salvo de las acechanzas de los
muchos enemigos espirituales que tenemos, infundiéndoles respeto y temor.
También te convencerás de esto con dos ejemplos tomados de la obrita citada: Las grandezas de la Comunión.
Se
lee en la historia del pueblo de Israel, que, esclavo éste del rey Faraón, y no
queriendo este rey darles libertad, mandó Dios a un ángel para que exterminase
a todos los primogénitos de los egipcios. Pero para librar a los primogénitos
de los hebreos, dijo Dios a Moisés, su caudillo, que rociase con la sangre del
cordero pascual todos los dinteles de las casas de los israelitas. El ángel
exterminador pasó a media noche, y entrando en todas las casas, mató a los
primogénitos, desde el del Faraón hasta el último de sus esclavos; pero no
entró en las casas rociadas con la sangre del cordero ni mató a ninguno de sus
moradores. La Comunión nos rocía con la sangre de Jesucristo, verdadero cordero
pascual, y el ángel de la tentación que es el demonio, no se atreve a entrar ni
a dar muerte al alma con el pecado.
Contaba
un misionero de las Indias que algunas jovencillas de la tribu de Diamfi,
diariamente hacían un largo viaje y vadeaban, con riesgo, un caudaloso río para
ir a comulgar. Al volver a su tribu, se encontraban en medio de peligros y
escándalos; pero ellas contestaban con gran firmeza a quienes les inducían a
pecar:
—Nosotras comulgamos todos los días, y estas solas palabras
bastaban para salir victoriosas, llenando de vergüenza y confusión a los
tentadores.
Date cuenta de cuánta
verdad es que la Comunión bien hecha preserva de los pecados mortales.
D. —Estoy bien convencido de ello, Padre.
Pero permítame le haga una pregunta: Si la Comunión preserva de los pecados
mortales, ¿por qué algunos que la
frecuentan caen en pecado y cometen escándalos?
M.
—Te respondo que la Comunión nos preserva de los pecados, aumenta la gracia en
nosotros, nos pone alerta, apartando el deseo y la tentación; pero no nos
fuerza ni nos quita la libertad. San Agustín nos
dice que Dios, que nos ha creado sin nosotros, no nos salvará sin nosotros.
La
Comunión nos hace conocer mejor el mal que nos domina: castiga y remuerde,
obstaculiza el camino del pecado; pero no suprime la libertad. La Comunión, en
fin, no nos hace impecables, sino nos aleja del pecado, así como las medicinas
no nos hacen inmortales, sino que nos sanan de las enfermedades y nos preservan
de ellas.
D. ––Muchas
gracias, Padre.
COMULGAD
BIEN
Pbro.
Luis José Chiavarino
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