Discípulo. — ¿Cuáles son, Padre, los principales efectos de la Comunión frecuente?
Maestro.
— En el Catecismo donde se pregunta: “¿Qué
efectos produce la Sagrada Comunión?”, se responde: “La Santísima Eucaristía: 1°
Conserva y aumenta la vida del alma, así como el alimento material conserva y
aumenta la vida del cuerpo; 2° Borra los
pecados veniales y preserva de los mortales; 3°
Nos une a Jesucristo y nos hace semejantes a Él”.
Vayamos por partes;
ante todo, para comprender bien cómo la Sagrada Comunión conserva y aumenta la
vida del alma, es preciso estar convencidos de que la Comunión no es una
devoción cualquiera, sino que es un Sacramento. Muchos se acercan a comulgar
únicamente para conseguir una gracia o por hacer un acto ordinario de devoción.
La Comunión no está instituida para esto, aunque pueda conseguirlo, pues la
práctica más importante de devoción. Su
finalidad es más sublime; su fin principal y su efecto es el de conservar en
nosotros la gracia, que es la vida del alma.
Si yo te preguntara
cuál es la cosa más preciosa del mundo, ¿qué
me dirías?
D. — Pues que la vida es el todo, y que
todo se sacrifica por conservar la vida.
M.
— Muy bien; pero más preciosa es la vida
del alma. Y si para conservar la vida del cuerpo estamos siempre dispuestos
a soportar fatigas y sudores, medicinas amargas y costosas, operaciones
difíciles y peligrosas, aún debemos estar mejor dispuestos para asegurar la
vida del alma, y como es la Sagrada Comunión la que conserva y sostiene esta
vida del alma, debemos procurar con el mayor empeño y diligencia frecuentar la
Sagrada Comunión y hacerla bien.
Cuenta
la Historia que la impía reina Isabel de Inglaterra, llena de odio contra Dios
y contra los católicos, publicó un decreto con el que condenaba a pagar
cuatrocientos escudos de oro y la prisión a quien recibiera la Sagrada
Comunión. Un caballero inglés, cristiano ferviente, al conocer el decreto,
determinó, a pesar de todo, seguir comulgando. Vendió inmediatamente todas sus
mejores alhajas, y del dinero mandó hacer costalitos de cuatrocientos escudos.
Cada vez que le sorprendían los guardias comulgando, y por ello era condenado a
pagar la multa, tomaba en seguida uno de aquellos costalitos y los llevaba al
tribunal, se lo entregaba a los jueces y públicamente protestaba y decía que él
de muy buena gana gastaba aquel dinero con tal de no dejar la Sagrada Comunión.
El Cardenal Newman fué
antes Obispo protestante. Al tratar de hacerse católico le decía un amigo suyo: — ¿Has
pensado bien en el paso que vas a dar? Si abjuras y te haces católico, perderás
tu rico sueldo; ten en cuenta que son cincuenta mil pesos anuales.
A lo que Newman, levantándose, respondió: — ¿Qué son cincuenta mil pesos comparados con
la Comunión?
D. — ¡Qué
nobles ejemplos, y cómo confunden a cuantos pretenden tener siempre razones
para no comulgar!
M.
— Inclinémonos antes estos hombres y, al admirarles, imitemos, sobre todo la
robustez de su fe y firmeza de carácter. Y volvamos a lo nuestro: la Comunión frecuente no solamente conserva
la vida del alma, sino que la aumenta.
Acá abajo todo tiende a
crecer y a aumentar. Fíjate en la hierba, las hojas y las plantas en la
primavera; observa cómo los niños, desean crecer, desarrollarse, hacer
progresos; no obstante, muchos cristianos creen que basta evitar el mal, y se
atreven aún a decir: “¡Ojalá a la hora
de la muerte estuviera como cuando me bautizaron!”
D. — Padre, ¿hacen mal estos tales?
M.
— Yo quisiera decirles entonces: ¿os
contentarías con ser siempre, físicamente, como cuando os bautizaron, esto es,
haber sido siempre niños?
D. —
De ninguna manera, —responderían todos.
M.
—Entonces, si no se quiere ser siempre niños en cuanto al cuerpo, tampoco debe
ser uno siempre niño en cuanto al alma.
Jesucristo
mismo, que murió en la Cruz para darnos la vida, se ha quedado en la Eucaristía
con el fin expreso y exclusivo de aumentar en nosotros esta vida espiritual,
desarrollándola más y más y haciéndonos progresar en la virtud.
––
Viene: para que tengan vida, et abundantius habeant... y la tengan todos más
abundante, esto es: robusta, llena de vigor, capaz de luchar y de resistir a
todos los halagos del mundo, de la carne y del demonio.
Leemos en la Sagrada
Escritura que Dios colocó al lado del árbol del bien y del mal, en el Paraíso,
otra planta llamada “de la vida”. Al
prohibir a Adán y Eva comieran del
fruto del primer árbol, les insinuó comieran de este segundo, y con frecuencia,
pues sus frutos tenían la virtud de conservarlos en constante juventud y
preservarles de todo mal.
Adán y Eva desoyeron
este consejo y, paso a paso, hicieron caso a la tentación, o sea, al engaño del
demonio; desobedecieron a Dios, y debido a ello fueron echados del Paraíso
debiendo sujetarse a la muerte y a todas las miserias que afligen a la pobre
humanidad.
Pues bien, Jesucristo
fué también generoso y bueno con nosotros. Sabiendo que después de su pasión y
muerte nosotros, inclinados al mal, caeríamos con facilidad en el pecado, con
riesgo de perdernos para siempre en los infiernos ¿qué hizo? Nos dió el árbol de la vida, para que, comiendo sus
frutos, pudiéramos conservar la gracia y ser casi impecables: este árbol maravilloso es la Sagrada
Comunión, que, recibida dignamente, preserva del pecado.
D. — Muchas gracias, Padre; entendido.
COMULGAD
BIEN
Pbro.
Luis José Chiavarino
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