lunes, 15 de mayo de 2017

Mis deseos serian comulgar a menudo; pero mi confesor no me lo permite.




   ¿Qué motivos tendrá tu confesor para no permitirte que comulgues a menudo? De seguro que si conociese que tienes las debidas disposiciones para reportar las inmensas ventajas que produce la Comunión frecuente, no solo te lo permitiría, sino que te incitaría a ello. Y yo pregunto: ¿le has suplicado tú alguna vez seriamente que te otorgue este precioso favor? Casi puedo afirmar desde ahora que no. Dice el evangelio: “Llamad, y se os abrirá: pedid, y recibiréis” Así, pues, créeme: manifiesta tu buen dedeo al director espiritual, removiendo para eso los obstáculos, modificando las costumbres, y amerándote más y más en el cumplimiento de las prácticas piadosas, sin lo cual no obtendrías quizás una respuesta favorable; y te convencerás fácilmente de que si no comulgabas más a menudo no tenía la culpa el confesor, sino que la tenías tú solo. Ahora me dirás: “Pero si yo hago todo lo que buenamente puedo, vivo del mejor modo que se, y todavía se me niega.” Si es realmente así, y dado caso de que no te engañes a tí mismo, haciéndote la ilusión de que eres bueno entonces sí que compadezco al confesor, no solo porque falta a sus deberes, sino también por la inmensa responsabilidad que pesa sobre él a los ojos de Dios, siendo la causa de tu desaliento para continuar por la verdadera senda de la piedad.

   Todos los santos sacerdotes que están animados del verdadero espirita de la Iglesia son partidarios de que se comulgue con frecuencia; siendo por esta misma razón fieles servidores del evangelio, puesto que, con un celo infatigable, conducen las pobres almas a Jesús, inspirándoles una completa confianza, e incitándolas a que se acerquen, cuanto antes les sea posible, al banquete Eucarístico, cumpliendo así el mandato del divino Maestro: “Compéleles a entrar para qué así se llene mi casa” Y siguiendo ésta máxima, no hacen más que aplicar y poner en práctica una regla general, formalmente ordenada por la misma Iglesia.

   Efectivamente, no tenemos nosotros libertad sobre este principio de la Comunión frecuente, antes bien tenernos reglas precisas que todos debemos seguir cuando se trata de la dirección de las almas, reglas que no podemos infringir sin fallar gravemente a nuestros deberes. La Iglesia las ha resumido en el célebre “Catecismo Romano de Trento” se publicó por disposición del sagrado concilio Tridentino y por los especiales cuidados del papa San Pío V, siendo su objeto el trazar a los sacerdotes el camino que deben seguir en la enseñanza de los fieles. Ahora bien; el Catecismo del sagrado concilio de Tiento declara, que los curas párrocos están obligados en conciencia a exhortar a sus feligreses a que se acerquen a comulgar con frecuencia, y hasta diariamente, puesto que el alma, lo mismo que el cuerpo, tiene necesidad de alimentarse diariamente; y añade que esta es la doctrina de los santos Padres y la de los Concilios.

   San Cárlos Borromeo, el grande el incomparable arzobispo de Milán, al publicar este Catecismo en los diez y ocho obispados sometidos a su jurisdicción, sabiendo que habría sacerdotes que se opondrían a esta santa práctica, amonestó seriamente a los obispos a que castigasen con rigor, a los párrocos que se atreviesen a enseñar otra cosa.

   Ya antes de San Cárlos, el papa San León IX revestido de la autoridad del supremo pontificado había expedido una bula ad hoc prescribiendo no menos formalmente a los sacerdotes  que no negasen fácilmente a ningún cristiano la sagrada Comunión; y que esta negativa, añadía, no la diese nunca el sacerdote llevado de un movimiento de impaciencia, por capricho.

   También el papa Inocencio XI, de feliz memoria insiste igualmente sobre el deber de los obispos y de los sacerdotes que hace referencia, a comulgar frecuentemente. Habiendo venido, en su conocimiento que en varias diócesis en que había la costumbre  de recibir diariamente la sagrada Comunión se habían introducido diferentes abusos con motivo de esta excelente y santa práctica, al mismo tiempo que señalaba y condenaba el abuso, trabajó con ahínco para que se mantuviese incólume tan santa y laudable práctica, recordando a los Pastores de las almas que debían dar infinitas gracias a Dios por haber concedido en sus diócesis tan saludable devoción, y qne además tenían la más estricta obligación de conservarla, valiéndose al efecto de todos los medios qne les dictase una verdadera prudencia. El celo de los Pastores, añade el soberano Pontífice, vigilará muy particularmente para que no se disuada a nadie de acercarse con frecuencia o diariamente a recibir la sagrada Comunion, no obstando, sin embargo, esto a tomar las medidas que juzguen más oportunas y convenientes para qué cada fiel comulgue con más o menos frecuencia, según sea su grado de preparación para hacerlo diariamente.

   Y finalmente, el papa Benedicto XIV, en un Breve especial que dirigió a los obispos de Italia, declara muy terminantemente que, tanto los obispos como los curas párrocos y confesores en nada pueden emplear mejor su celo y sus afanes que en inculcar a los fieles aquel santo fervor de los primeros siglos del Cristianismo por frecuentar la sagrada Comunión, Los mismos obispos están obligados a observar estas reglas de la Iglesia y de la Santa Sede; por lo cual habiendo establecido un concilio provisional, reunido en Ruan, que para guardar el respeto debido a los santos misterio no se daría la sagrada Comunión más que dos veces a la semana sin contar los domingos; Roma anulo este decreto con la cláusula significativa de: “Opónese a ello el sagrado concilio de Trento ”

   Vuelvo a repetir, pues, que no somos libres, en esta materia, consistiendo únicamente nuestro deber sacerdotal en saber aplicar a cada alma en particular, con el debido discernimiento, el principio general de la Comunión frecuente.

   No se ase oculta tampoco que hay algunos sacerdotes, por otra parte muy respetables, que parecen temer para las almas la Comunion muy frecuente; pero no dejan de estar en un error, toda vez que la Iglesia nuestra Madre nos enseña todo lo contrario. A fuer de imparciales, también hemos de decir que no es suya toda la culpa: debiéndose en parte a una educación impregnada todavía de ciertas reminiscencias jansenistas, de las que no han sabido desprenderse completamente los mayores talentos. No por esto condeno yo aquí a nadie: solo indico los principios, absolutamente verdaderos, y a que son los dictados por la Iglesia por la Santa Sede. El ser verdaderamente católico es la primera sabiduría de que debe estar adornado todo director espiritual. Esto sentado, desconfía siempre de las decisiones procedentes de jansenistas y galicanos qué en todas ocasiones reprueban, si no en principio, a lo menos en la práctica, cuanto nos ordena o nos aconseja la Iglesia romana. No confíes jamás la dirección espiritual de tu alma al sacerdote que conocieres seducido por estos principios, porque sin escrúpulo ninguno te imbuiría sus ideas particulares y falsas, despreciando las infalibles enseñanzas de la Iglesia católica, madre de las a almas y maestra de la verdadera piedad. Sufren mucho las almas con esta clase de dirección; no ya solamente porque es falsa, sino porque regularmente es muy árida y sumamente despótica.

   Refiere el venerable Luis de Blois, que un día Nuestro Señor Jesucristo se quejaba muy amargamente de aquellos que procuran retraer a los demás, con sus perversos consejos, de recibir frecuentemente la sagrada Comunión en estos términos: “¿Mis delicias son morar entre los hijos de los hombres; para ellos instituí el santo Sacramento del altar; por consiguiente aquel que impide que se acerquen a mí las almas, disminuyo mi gozo.”

Y el venerable Pedro de Ávila, tan sumamente querido de San Francisco de Sales  y de Santa Teresa de Ávila, acostumbraba decir que aquellos que vituperan o reprueban en algún modo el frecuentar la sagrada Comunión, hacen las funciones del maligno espíritu; que profesa un odio implacable a este divino Sacramentó.

   Afortunadamente de día en día, van desapareciendo del seno de nuestra Iglesia los vestigios del jansenismo, que tan probadamente la agitaron en otro tiempo; y hoy, más que nunca, están plenamente convencidos los directores de almas de que al confesarse en un todo con las sagradas reglas prescritas por la Iglesia nuestra Madre sobre la frecuente Comunion, no solo trabajan y aseguran su eterna felicidad, sino que también la de los fíeles que les están encomendados.

   Santa Margarita de Cortona tenía un director que incesantemente la había exhortado que comulgase con la mayor frecuencia posible. Cuando este buen sacerdote murió, Dios Nuestro Señor le reveló que le había recompensado debidamente en el cielo por aquella caridad con que había procurado siempre se acercase a la sagrada Eucaristía.

   Léese igualmente en la vida de un santo religioso de la Compañía de Jesús llamado Antonio Torres, que inmediatamente después de su muerte se apareció a un alma justa, manifestándole que Dios había aumentado mucho su gloria en los cielos por haber aconsejado a todos sus penitentes que frecuentasen la sagrada Comunion.

   Dichoso una y mil veces aquel sacerdote que fija constantemente toda su atención en observar en el ejercicio de su sagrado ministerio las prescripciones de la Iglesia; y dichosas también aquellas almas a quienes la bondad de Dios ha concedido el inapreciable favor de encontrar en el penoso camino de esta vida un guía semejante.



“LA SAGRADA COMUNIÓN”

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