Discípulo. —Dígame,
Padre, ¿es siempre necesario confesarse
antes de comulgar?
Maestro.
—Para el que está en pecado mortal,
claro que es siempre necesario la confesión.
D. —Y si hoy, por ejemplo, no tengo tiempo,
o no puedo confesarme, y me hago esta cuenta: “mañana me confesaré, mientras tanto hoy comulgo”, ¿hago mal?
M.
—Si sabes
que estás en pecado mortal, cometes sacrilegio.
D. —Entonces,
¿no hay excepciones o razones que
valgan?
M.
—No; ni razones, ni pretextos, ni
excusas. Si uno no puede o no quiere confesarse, que no comulgue tampoco. Si
no comulga ningún mal hace; pero, comulgando en pecado, cometerá siempre un
sacrilegio. Terminantemente lo asegura Santo Tomás, y
San Pablo antes que él, en nombre de la Iglesia: Examínese a sí
mismo el hombre... Antes de comulgar, cada uno entre en su conciencia y vea si
es cómplice de pecado mortal; estando así que no comulgue, porque lo haría
indignamente, y comería su misma condenación.
D. —Entonces,
Padre, ¿no es suficiente arrepentirse de
los pecados y proponer la enmienda? ¿Se
requiere también la confesión?
M.
—Sí, por cierto, es necesaria también en
este caso la confesión, porque, para comulgar, el alma debe estar en gracia,
esto es, sin pecado, y sin confesarse no desaparece el pecado. ¿Qué te
diría el rey si te presentases ante él con las manos sucias, diciéndole?:
Dispense, Majestad, después me lavaré
D — Me echaría de su presencia.
M.
— ¿Y quieres que Dios proceda de distinta manera? Sería burlarte de Él y
despreciarle.
D. —Pero Dios mira el interior y lee en la
conciencia, conoce el pensamiento y las intenciones.
M.
—Así es, pero esto no impide que se le falte al respeto y se le afrente.
Acuérdate de aquel invitado que no llevaba el traje de boda. Además, si la Iglesia, con sus doctores,
con sus Concilios y en la persona del Papa, lo manda así, ¿por qué tú o los demás habéis de corregir, cambiar o
tergiversar las cosas? La Iglesia es maestra única en asuntos de
religión y de Sacramentos.
D. —Por lo que a mí toca, estoy
completamente de acuerdo; pero es que hay otros que razonan así y quisieran que
así fueran las cosas.
M.
—Estos tales razonan mal, por
ignorancia, o por maldad, o por capricho. El que se confiesa se limpia, y el que no
se confiesa, no se limpia, y hemos acabado.
Cuenta
la Historia Sagrada que Naamán,
de Siria, generalísimo del rey, herido
de sucia lepra, habiendo oído hablar del profeta Eliseo, que curaba
milagrosamente, por virtud de Dios, toda dolencia, fué a visitarle.
El
profeta le mandó se levara siete veces en el río Jordán;
pero él, llevando a mal el consejo, insistió al profeta:
— ¿Para qué —le dijo—acaso no hay en Siria ríos más caudalosos
que el Jordán? Y además, ¿para qué siete veces y no menos? Vámonos, vámonos, yo
no hago caso.
Los del séquito
procuraban convencerle, y le decían:
—Mi
general, el remedio no puede ser más sencillo, y puede facilitar la curación;
además, poco cuesta. Pruebe, pues.
Naamán
condescendió ante estas reflexiones,
hizo la prueba lavándose siete veces, y quedó completamente limpio,
completamente sano. Si se hubiera cerrado en sus trece le hubiera resultado
peor.
Así
sucede también en nuestro caso: figura del pecado es la lepra; el mandato
preciso que Jesucristo nos da es de lavarnos con la confesión; quien se sujeta
y obedece, éste queda limpio y preparado para comulgar; el que no obedece, no
queda limpio, y, por tanto, es indigno de comulgar.
D. — ¿Y
si el confesor negara la absolución?
M. —Cuando, por motivos especiales, niega la absolución el
confesor, no se puede ir a comulgar.
D. — ¿Ni siquiera en espera de encontrar
otro confesor más indulgente que absuelva?
M.
—Ni siquiera así.
D. — ¿Y
en caso de que el confesor dé la absolución, pero no permita comulgar?
M.
—Es muy posible que el confesor, a veces, siempre desde luego con justa razón,
proceda de esta manera, y diga al penitente: Te absuelvo de tus pecados, pero hasta nuevo aviso no te permito
comulgar. Pues bien, en este caso se debe obedecer al confesor y quedarse
sin comulgar, sin discutir ni alegar razones. El confesor es juez responsable de los Sacramentos, nunca el penitente.
D. — ¿Y si se trata de dos que van a
contraer matrimonio?
M.
— Tampoco en este caso pueden comulgar si el
confesor se lo prohíbe.
D. ––
¿Y en peligro de muerte?
M.
–– En peligro de muerte tampoco se puede
comulgar si antes no se confiesa, pudiendo. El ejemplo del rey Saúl servirá de
tremenda lección.
D. —Cuéntelo, Padre.
M.
—Saúl tenía orden del profeta Samuel
de no ofrecer sacrificio hasta que él
llegara. Pero, soberbio y lleno de orgullo, cansado Saúl de esperar, y para
calmar la impaciencia del pueblo, dijo:
— ¿Qué importa? Yo mismo ofreceré el sacrificio. ¿Para qué soy
rey?
Y dicho esto, ofreció
el sacrificio cuando de repente llega el profeta, que afeándole la acción, le
dijo:
—Precisamente
por haber desobedecido y por tu atrevimiento, hoy mismo serás castigado por
Dios, quien te borra de la lista de sus reyes y pasa tu reino a otro más digno
que tú.
Así
sucedió.
D. —Por
tanto, el que se atreve a comulgar contraviniendo el mandato del confesor, ¿será un abusivo y un sacrílego reprobado
por Dios?
M.
— Sí, por cierto; cualquiera que sea el
que a esto se atreva.
Pbro.
Luis José Chiavarino
COMULGAD
BIEN
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