San Jerónimo dice
que la criatura lujuriosa, aun en vida, ya está muerta; porque no mandan en
ella los apetitos racionales, sino los instintos brutales. El mismo escribe que
Salomón, siendo como sol del mundo,
con el amor desordenado de las mujeres perdió la luz de su alma, la gloria de
su casa, el .esplendor de su persona; y de pregonero de Dios, se hizo esclavo
del demonio. Por ningún pecado se dice que le haya pesado a Dios el haber
criado al hombre, sino por éste. La gula
su pábulo; la soberbia su flama: las palabras torpes sus chispas; su humo es la
infamia; su ceniza la inmundicia; y su paradero el infierno. San Agustín hace todas
las siguientes reflexiones: la
lujuria doma los leones, es decir, a
las más grandes y nobles almas; sus combates
son los más fuertes entre todos los del
cristiano, en los cuales es continua la pelea y rara la victoria. El deshonesto vende al demonio, por un placer momentáneo, su alma que Cristo redimió coa su sangre. Lo que
deleita pasa en un instante, y las
penas del infierno durarán para
siempre. La sensualidad es enemiga de
Dios y de la virtud; todo lo pierde por el
gusto de un momento; ciega a tal punto, que
con una gota de deleite, no deja pensar en la eterna pobreza.
San Ambrosio asegura que
la lujuria es mal inquieto, que no deja dormir ni descansar: de noche se
enciende, de día perturba, ciega la razón, rompe los negocios, atropella el
consejo, enloquece los afectos, nada tiene, es insaciable y solo tiene término
con la muerte. El fuerte Sansón
sufrió al león pero no a su mala pasión; rompió las ligaduras, pero no sus
inclinaciones; abrasó las mieses ajenas, pero no sus aficiones desordenadas.
San Gregorio, Papa,
escribe que la liviandad confunde y oscurece las buenas obras; ciega la mente y
todo lo conculca. De la sugestión pasa a la detención; de ésta a la morosidad;
de ésta a la delectación; de ésta al consentimiento; de éste a la operación; de
ésta a la mala costumbre; de ésta a la desesperación; de ésta a la defensa del
pecado; de ésta a gloriarse de su culpa; y de esto a la condenación eterna.
El dulcísimo San Bernardo dice: La lujuria con
cuatro vicios se fomenta: la gula en los regalados manjares; la vanidad en
los preciosos vestidos; el gusto en la torpeza, y el ocio en la vida. Tiene dos
inseparables amigos, la prosperidad y la abundancia: dos compañías: la pesadez
para lo bueno, y la falsa seguridad en su confianza (Bern. Serm. 21). También
observa el mismo santo Doctor, que
ese vicio destruye al cuerpo, oscurece la vista, abrevia la vida, mancha la
fama, mortifica al alma, turba la razón, ciega la mente, quita el sentido, destruye
la hacienda, produce escándalos, destruye las amistades, quita la voz, degrada al
cuerpo y al alma, destierra al hombre del paraíso, y lo sujeta a los demonios.
Según San Lorenzo
Justiniano, la impureza ocupa a todos y en todo tiempo: de noche y día
trabaja sin cesar; no cede al tiempo ni al más santo lugar; nunca descansa ni
deja descansar; jamás dice basta, como la boca del infierno; atropella con la
prudencia; se introduce como el cáncer; se entraña como la polilla, y muerde
como la culebra. El seráfico doctor
san Buenaventura compara a la lujuria con el fuego, porque arde sin
lucir; roe el corazon sin cesar, y exhala horrible hedor como azufre infernal. Santo Tomás de Villanueva hace notar que entre los
avarientos, soberbios, envidiosos,
iracundos y golosos, se hallan muchos piadosos
y devotos, aunque pecadores; pero
entre los deshonestos y torpes, no se halla vestigio
de piedad ni de virtud; porque entran absortos
y henchidos de su abominable pasión.
Hugo Cardenal
asegura que la torpeza no solo mancha al alma, sino que destruye al cuerpo, y
afemina a los hombres con ignominia suya y los llena de inmundicia, hedor y corrupción.
Contando en otra parte los estragos de este vicio, traza este cuadro exacto y
vigoroso: “¿Quién podrá contar los males
innumerables de la lujuria? Ella es la que destruyó a Pentápolis con la región
adyacente; ella la que acabó con Sychem y con el pueblo; ella la que hirió a
los hijos de Judá; ella la que atravesó con un puñal al judío y la madianita; ella
la que borró la tribu de Benjamín por la mujer del levita; ella la que postró
en la guerra a los hijos de Helí; la que dió muerte violenta a Amnon ; la que a
muchos lapidó; la que a Urias inmoló, y a Rubén maldijo; a Sansón sedujo, y
perdió a Salomón.”
“LA
REINA DEL SIGLO ES LA SENSUALIDAD”
(Obra
póstuma)
R. P. FRAY ANTONIO ARBIOL
R. P. FRAY ANTONIO ARBIOL
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