Discípulo.
—
Padre, estoy muy satisfecho de las explicaciones tan hermosas que usted me da,
y disfruto mucho. Haga el favor de explicarme lo que sigue:
Jesucristo es Dios, y siendo así que ha
previsto todos estos abusos y sacrilegios cometidos por los malos cristianos
contra su Sacramento de Amor, ¿por qué aun así lo instituyó?
Maestro.
— ¡Ah, querido! Jesucristo es Dios y ha previsto también la ingratitud de los
hombres, sus redimidos: la traición de Judas, el odio de los fariseos, la
villanía de Pilatos, su pasión y muerte; no obstante, quiso someterse a estas
pruebas con tal de salvar muchas almas, todas las que aprovecharan de su
redención.
Dios había previsto que
muchos tendrían indigestiones por comer el pan común, y que habría quien se
embriagaría bebiendo vino; no obstante, creó el pan y creó el vino. Asi mismo,
preveía el abuso de los sacrilegios en la Comunión, pero quiso instituirla con
tal de proporcionar a todos una prenda de su amor inmenso, un alimento
espiritual, proporcionado a sus almas, una fuerza que restableciera todas
nuestras debilidades, un remedio para todos nuestros males espirituales y una
señal cierta de nuestra salvación eterna.
D. — Luego Jesucristo, instituyendo la
Santísima Eucaristía, ¿ha preferido nuestro provecho a ser El despreciado?
M.
— Así es; Jesucristo es como una madre buena. ¿Nunca has pensado cómo se ha
formado el amor de las madres de la tierra? Ellas, por experiencia común, saben
y comprenden cuánto tendrán que sufrir y soportar cuando sean madres; prevén y
conocen la ingratitud de sus hijos, la poca correspondencia a sus sacrificios,
la multitud de desilusiones a que estarán sujetas; tienen ante su vista el
ejemplo de tantas madres, compañeras suyas, amigas y parientes; no obstante se resignan y dicen: ¡qué le
vamos a hacer!, ¡hágase la voluntad de Dios!
Y cuando ya constatan
la realidad de las más duras pruebas, las ingratitudes y los desprecios,
entonces no se arrepienten, no maldicen su suerte ni a sus ingratos hijos, sino
más bien los soportan con paciencia, los toleran, los aman y les atienden,
dispuestas en todo momento a sufrirlo todo por ellos, hasta la misma muerte.
Son más felices y más gozan por el beso del niño bueno, de lo que sufren por
los disgustos y sinsabores que reciben de los otros hijos malos.
D. —
Es cierto. Cada día puede apreciarse lo que Ud. dice, en todas las madres.
M.
— Entonces, si el amor de una madre, que es puramente humano, goza de tal
poder, ¿dejará de ser mayor y más sublime el amor de un Dios?
D. —
Está bien; pero Jesucristo, al instituir la Sagrada Eucaristía como alimento,
esto es, instituyendo la Comunión, debería haberla dejado solamente como premio
para los buenos.
M.
— Pues así lo ha hecho. Premio y alimento es para los buenos; no excluye a los
malos, ni los aparta; únicamente les condena.
D. — Entonces, ¿por qué los malos comulgan
sacrílegamente?
M.
— Por la malicia de los hombres, por un abuso y una perversidad que no tiene
nombre. ¡Si Jesucristo la tolera es por
su misericordia, que es infinita! Ha
venido a salvar a todos los hombres, aunque pecadores, y en verdad los ama, no
como pecadores, sino para que se conviertan y se salven. Para esto los soporta y los aguanta, diciéndoles
sin cesar: Venid a Mí todos. Venid a Mí todos los que estáis fatigados y
oprimidos por el peso de vuestros pecados, que Yo os aliviaré. En una palabra,
les aguanta y los tolera con la esperanza de que vuelvan en sí y cambien de
conducta. ¿Recuerdas la parábola de la cizaña?
Un gran señor dió buena
semilla a sus criados, y les mandó que fueran a sembrarla en sus tierras. Los
criados hicieron lo mandado, y, al llegar la primavera, cuando visitaron las
tierras, se dieron cuenta de que, juntamente con el trigo, había nacido gran
cantidad de cizaña. Entonces fueron a su amo y, contándole el hecho, le
dijeron:
— Si usted quiere,
iremos a arrancarla.
— De ninguna manera,
contestó el amo, no sea que, al arrancar la cizaña, arranquéis al mismo tiempo
el trigo. Dejad que crezcan los dos, y, cuando llegue la siega, separaremos el
grano con el grano, y la cizaña, atándola en haces, la echaremos a la lumbre.
Ve
aquí, mi querido discípulo, el consejo sapientísimo de Dios: Esperar, tener
paciencia, y después, al tiempo de la siega, a la hora de la muerte, el grano,
los buenos, a los graneros del cielo, y los malos, la cizaña, al fuego del
infierno.
Así
sucederá en la Comunión: el que comulga dignamente irá al cielo, pues la
Comunión es prenda de la vida eterna; el que abusa irá al infierno, puesto que
come su mismo juicio y condenación.
D. — ¿Qué adelantan entonces los malos con
comulgar mal?
M.
— ¿Y qué
sacan los delincuentes con cometer tantos delitos, traicionando a la patria,
deshonrando a la familia? Nada, lo hacen por depravada intención y por mala
voluntad, por desahogo de sus pasiones y por odio. Por esto, los sacrílegos, ni
ganan nada, ni les interesa comulgar mal; lo hacen por los motivos arriba
expresados. Son delincuentes en materia de religión, miserables y desgraciados,
dignos de compasión y de que los buenos recen por ellos.
D. –– Yo
rezaré por ellos, porque he aprendido que rezar por los pecadores es cumplir
con un deber de caridad. Ahora, Padre, pasemos a otra cuestión.
“COMULGAD BIEN”
Pbro.
Luis José Chiavarino
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