Discípulo. —Ahora, dígame, Padre: ¿basta,
para comulgar, no estar en pecado mortal?
Maestro.
—Sí, además de estar en ayunas en la forma
como lo prescribe la Iglesia y de saber lo que se va a recibir, basta no
estar en pecado mortal para comulgar. Sin
embargo, es necesario también ir con rectitud de intención, como, por ejemplo,
para amar a Jesucristo, por espíritu de devoción, para obtener gracias
espirituales y materiales, pues cuanto con mejores disposiciones se vaya a
comulgar, más bendiciones y gracias se recibirán.
Jesucristo, al tomar
nuestra naturaleza humana, se ha acomodado, por decirlo así a nuestro modo de
ser. ¿No hacemos así nosotros con
nuestros amigos y conocidos y, en general, con nuestros prójimos? Cuando
uno nos ama, nos honra y nos aprecia con predilección, nosotros correspondemos
a ese amor y atenciones; al que más nos aprecia y nos estima, más le amamos y
estimamos también nosotros.
Lo
mismo sucede con la Comunión; cuanto con más fe, piedad y devoción nos
acercamos a comulgar, mejor nos conquistamos la simpatía, la bondad y la
delicadeza del corazón de Jesucristo.
D. —Como hacían los Santos, ¿verdad Padre?
M.
—Sí, como hacían los Santos, y como hacen las almas profundamente cristianas,
las almas que quieren a Jesús y su amor.
D. — ¿Serán muchas estas almas?
M.
— Muchísimas. Hay muchos sacerdotes
realmente dignos, que celebran y comulgan diariamente, como los Santos.
Religiosos y religiosas realmente piadosos, que diariamente comulgan, como si
fueran ángeles... Madres sinceramente piadosas y cristianas, jóvenes de ambos
sexos pertenecientes a institutos religiosos y de familias cristianas, que cada
día se acercan a comulgar con las mejores disposiciones. Únicamente los
veletas, los disipados, los tibios, la gente de poca fe, se acercan a comulgar
con indiferencia, sin reflexión.
D. — ¿Estos tales, harán mal la Comunión?
M.
—No, si no están en pecado mortal no
comulgan mal; siempre hacen una obra buena y admirable, como dice el Catecismo;
pero se privan de muchas gracias.
D. — ¿Qué quiere decir, Padre, con esto?
M.
—Para explicártelo mejor te pondré ejemplos, quizá un poco rastreros; pero
escúchalos con paciencia.
Ve
un primer caso: Dos campesinos trabajan en la misma tierra: el uno la trabaja y
la cultiva con asiduidad, quitando primero las hierbas, cavándola,
rastrillándola; la abona, y con todo cuidado deposita en ella la semilla; abre
Zanjas para el desagüe, pone cercas para que no pasen por ella, y vigila
constantemente su campo. El otro por el contrario, la trabaja de cualquier
manera, de prisa y de pasada. ¿Quién de los dos crees recogerá mejores y más
abundantes frutos?
D. —Sin
duda, el primero.
M.
—Pues lo mismo sucede con la Comunión: en conformidad con las disposiciones que
se llevan y del interés que uno se toma, y de la devoción y piedad que se pone;
en proporción, digo, del cuidado con el cual se manifiesta a Jesucristo nuestro
amor y nuestra benevolencia, se recibirán el provecho y los frutos.
Segunda
comparación: Salen juntos dos al mercado o de paseo. El uno se contenta con
andar, respirando aire sano, gozando del sol, mirando los prados floridos, o,
si va al mercado, observando la mercancía expuesta y los escaparates de las
tiendas; el otro, por el contrario, recoge de aquellas flores, hace provisión
de los artículos que más le agradan y serán más útiles para él y para su
familia. Al volver, ¿quién de los dos habrá aprovechado mejor el paseo?
D. ––Sin duda, el que ha adquirido y llevado a su
casa lo bueno que encontró.
M.
—Pues así se comprende enseguida que la Comunión es un tesoro de inapreciable
valor, inagotable bien que se ofrece a todos los cristianos, y del que más
disfruta y se enriquece el que mejor se industria.
D. —Si es así, poco fruto he sacado yo hasta
ahora de mis Comuniones; pero, en adelante, quiero que sean tan devotas y tan
fervorosas, que constituyan un verdadero tesoro para mi alma.
M.
— Muy bien, persevera en tus propósitos
y haz que sean firmes y eficaces.
D. —Sin
embargo, Padre, si uno va a comulgar sin esta fe y esta devoción, ¿comulgará mal?
M.
—No. La Comunión, te he dicho, está mal
hecha cuando uno se acerca a ella en pecado mortal y sin las disposiciones de
que hablamos antes; de lo contrario, siempre estará bien hecha y será buena y
provechosa, porque obra ex opere operato, como
enseñan los teólogos, o sea, por su propia virtud sobrenatural y divina.
D. —El que no tiene esas disposiciones,
¿haría mejor no comulgando que frecuentando la Comunión?
M.
—A esta pregunta te respondo con una tercera comparación:
Es
frecuente dar con personas que por estar indispuestas, no sacan gusto de la
comida y casi preferirían no comer, pues aun lo poco que comen lo toman a la
fuerza y con cierta repugnancia. No obstante, aquello poquito, tomado de esa
manera, les aprovecha, se convierte en sangre y en carne, y así van tirando y
desempeñan sus quehaceres. ¿Que sería mejor para éstos: comer o no comer?
D. —Si no comen se mueren.
M.
—Luego así debe pensarse de la Comunión,
que es alimento de las almas. Si no comen morirán, acabarán languideciendo y
caerán en el pecado, que es muerte de las almas.
El Espíritu Santo hace hablar así al pecador
en la Sagrada Escritura: “Estoy mustio como hierba cortada; mi corazón se
encuentra seco como el heno del prado porque He dejado de comer mi pan”. Esto
es, sabía que debía comer el pan que Jesús me ha dado para vivir, y por
indiferencia, por descuido, por fútiles razones, no lo he hecho. Esto
constituirá el continuo remordimiento de los que descuidan la Comunión, aunque
vivan sin cometer faltas graves.
D. —Entonces, Padre, ¿hacen mal los que
dejan de comulgar porque no sienten ni piedad ni devoción?
M.
—Sí. Hacen
mal y se equivocan, como los que no comen porque no sienten apetito, los que no
toman medicamentos cuando están enfermos, los que no buscan ayuda cuando están
débiles, los que no se acercan a la lumbre cuando sienten frío, o a la fuente
cuando tiene sed.
Pbro.
Luis José Chiavarino
COMULGAD
BIEN
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