Conclusión: cómo nos hemos de haber con respecto a las
revelaciones privadas.
a)
Lo mejor que podemos hacer es imitar la prudente reserva de la Iglesia y de los
Santos. La Iglesia no admite revelación alguna, si no ha sido muy comprobada y
debidamente, y, aun así, nunca obliga a los fieles a la fe en ellas. Además,
cuando se trata de la institución de alguna festividad o de alguna fundación
externa, espera muchos años antes de pronunciar fallo definitivo, y no se
decide a ello, sino después de haber examinado maduramente la cosa en sí y en
sus relaciones con el Dogma y la Liturgia.
Así
la Beata Juliana de Lieja, escogida por Dios para hacer que se
instituyera la fiesta del Santísimo Sacramento, no sometió su proyecto a los
teólogos sino veintidós años después de sus primeras visiones; y no, sino luego
que pasaron diez y seis, instituyó la fiesta en su diócesis el obispo de Lieja,
y, hasta los seis años de la muerte de la Beata, no instituyó el papa Urbano IV
la festividad para toda la Iglesia (1264). Asimismo la fiesta del Sagrado Corazón no
fué aprobada sino mucho tiempo después de las revelaciones hechas a Santa
Margarita María, y por razones independientes de las revelaciones.
Lección es ésta de la
que podemos sacar mucho provecho.
b) No habremos, pues, de pronunciarnos con
certeza acerca de la existencia de una revelación privada, sino cuando tengamos
pruebas convincentes de ella: las tan acertadamente indicadas por Benedicto XIV en su libro de la
Canonización de los Santos. De ordinario no habremos de contentarnos con
sola una prueba, sino que exigiremos muchas; y luego habremos de ver si son
cumulativas o convergentes, y si mutuamente se confirman. Cuantas más sean,
tanto mayor será la seguridad.
c) Cuando
un director recibiere noticia acerca de revelaciones, se guardará mucho de
manifestar admiración de ello; porque esto animaría a los videntes a tener por
verdaderas las dichas visiones, y quizá a tener soberbia por ellas. Se ha de dar
a entender, por el contrario, que son cosas mucho menos importantes que el
ejercicio de las virtudes; que es muy fácil padecer ilusión; que no se han de
fiar de ellas, y, en los comienzos, las deben rechazar más bien que hacer caso
de ellas.
Ésa es la regla que dan los Santos. Véase lo
que escribe Santa Teresa en “Castillo, moradas sextas, cap. III, n. 3”:
“A enfermas y a sanas, siempre de estas
cosas hay que temer, hasta ir entendiendo el espíritu. Y digo que siempre es
mejor a los principios deshacérsele: porque si es de Dios, es más ayuda para ir
adelante, y antes crece cuando es probado. Esto es así, mas no sea apretando
mucho el alma e inquietándola, porque verdaderamente ella no puede más”.
San Juan de la Cruz es aún más duro; después de indicar los seis inconvenientes
que hay para admitir las visiones, añade: “El
demonio gusta mucho cuando un alma quisiere admitir revelaciones, y la ve
inclinada a ellas, porque tiene él entonces mucha ocasión y mano para ingerir
errores y derogar en lo que pudiere a la Fe; porque grande rudeza se pone en el
alma que las quiere, acerca de ella, y aun a veces hartas tentaciones e
impertinencias” (Subida del Monte Carmelo, 1. II, cap. X; merece leerse todo el
capítulo.)
d) Sin embargo debe tratar el director con
dulzura a las personas a quienes pareciere tener revelaciones; así les ganará
la confianza, y podrá averiguar mejor los pormenores con los cuales, después de
madura reflexión, podrá emitir juicio.
Si padecieren ilusión,
tendrá mayor autoridad para hacérselo ver y traerlos a la verdad. Tal es el
consejo que da S. Juan de la Cruz,
tan severo por lo demás para con las visiones: “No porque habernos puesto tanto rigor en que las tales cosas se
desechen, y que no pongan los confesores a las almas en el lenguaje de ellas,
convendrá que les muestren desabrimiento los padres espirituales acerca de
ellas, ni de tal manera las hagan desvíos y desprecio de ellas, que les den
ocasión a que se encojan y no se atrevan a manifestarlas, y que sean ocasión de
dar en muchos inconvenientes, si le cerrasen la puerta para decirlas”. (Subida
del Monte Carmelo, 1. II, cap. XX.)
e) Cuando
se tratare de alguna institución o fundación externa, se guardará mucho el
director de dar ánimos sin haber antes examinado cuidadosamente las razones en
pro y en contra a la luz de la prudencia sobrenatural.
Así
lo hicieron los Santos: Santa Teresa, que tuvo tantas revelaciones, nunca quiso que
sus directores se movieran a decidir solamente por las visiones que ella
recibía. Por eso, cuando Nuestro Señor le reveló que fundara el monasterio
reformado de Ávila, sometió humildemente sus intentos a su director, y,
como éste dudara, tomó parecer a S. Pedro de Alcántara, a S. Francisco de Borja y a S. Luis Beltrán.
Por lo que toca a los mismos videntes, no
han de seguir éstos sino una sola regla, y es declarar sus revelaciones a un
sabio director, y seguir en todo lo que les dijere; éste es el medio más seguro
de no engañarse.
“COMPENDIO
DE TEOLOGÍA ASCÉTICA Y MÍSTICA”
ADOLPHE
TANQUEREY
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