Conformarnos debemos en
todo lo natural que nos sobrevenga sin depender de nosotros mismos, como el
calor y el frío excesivo, la lluvia, la carencia de víveres, las enfermedades
contagiosas, etc.
Guardémonos de decir: ¡Qué calor más insoportable! ¡Qué frío tan horrible! ¡Qué desgracia!
¡Qué desventura ¡Qué tiempo tan triste! — a otras cosas semejantes, que revelan
cierta repugnancia hacia la voluntad de Dios. Todo debemos aceptarlo tal como
se presenta, puesto que es Dios quien todo lo ordena. San Francisco de Borja,
habiendo llegado una noche, que estaba nevando, a las puertas de una casa de la
Compañía, llamó repetidas veces; pero, como los Padres estaban profundamente
dormidos, las puertas permanecían cerradas. Cuando llegó el día fué recogido por
ellos, dándole repetidas manifestaciones del inmenso pesar que les causaba haberle
dejado de aquel modo expuesto a las incomodidades del mal tiempo; pero
aseguróles el Santo que había experimentado un grandísimo consuelo al pensar
que era Dios quien le mandaba aquella nieve.
De igual modo debemos
portarnos con lo que sintamos en nuestro interior, como el hambre, la sed, la
pobreza, el pesar, las humillaciones. En todo esto debemos decir a Dios: “Señor, haced y deshaced como mejor os
plazca; yo estaré siempre contento, puesto que nada más quiero yo que lo que
Vos Queréis”.
— El P. Rodríguez (Perfecto cristiano, P. 1.a, trat. 8, cap. 7) nos
enseña de este modo a desvanecer las astucias del demonio cuando presenta a nuestro
espíritu ciertos supuestos casos, a fin de hacernos caer en algún mal
consentimiento, o a lo menos inquietarnos, por ejemplo: si tal persona os dijera esto, haríais esto o lo otro… Cuando tales
ideas se nos vengan a las mentes, respondámonos siempre: —Diría y haría lo que a
Dios place. —Y con este medio evitaremos la menor falta y nos quitaremos el
menor motivo de inquietud.
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