A MARÍA
A vos, celestial Señora, constituida madre
nuestra por vuestro moribundo Hijo, a vos, que asististeis a la agonía del
Patriarca San José y presenciasteis la angustiosa muerte de Jesús, a vos ofrece
hoy este humilde opúsculo la Sociedad San Miguel, Propagación de Buenos Libros,
que, accediendo al pedido de muchas personas, ha reunido en este librito los
pensamientos y. afectos, que en la última enfermedad conviene sugerir a los
enfermos, para disponerlos a morir cristianamente.
Oh Madre de Piedad, escuchad benigna las
súplicas de las familias cristianas, para que ninguno muera en sus hogares sin
haber recibido El Santo Viático
FUNESTO DESCUIDO
Lo es, y lo es en grado sumo, el de muchas
familias con sus enfermos, a quienes no disponen convenientemente, en caso de
gravedad, para recibir los santos sacramentos.
Proporcionar los últimos socorros de la
religión a los enfermos es, no sólo un acto de caridad meritoria a los ojos de
Dios, sino también un deber sagrado que no se infringe sin incurrir en una
responsabilidad terrible. Si uno se hace culpable de homicidio cuando deja
morir de hambre a su semejante, ¿qué
nombre dar al crimen horroroso de dejar perecer un alma por no suministrarle
los auxilios de nuestra santa Religión?
Y, sin embargo, ¡cuántas veces nos muestra la experiencia que se comete este crimen aun
por familias católicas! Sea por quiméricos terrores o sea por una
inexcusable debilidad, se llama al sacerdote lo más tarde posible y a veces
cuando el enfermo está ya destituido de los sentidos. No hablamos aquí de las familias
que esperan ex-profeso a que el
enfermo entre en agonía y que hacen de la religión una vana formalidad de pura
conveniencia. ¡Apartemos la vista de
tanta indignidad! Hablamos de esas familias, en las que aún queda bastante
fe para considerar los sacramentos como cosas santas, para desear que los
enfermos los reciban con disposición cristiana y en las que, sin embargo, no se
les habla de confesarse sino después que se ha perdido toda esperanza de
curación. ¿Y qué sucede a menudo en este
caso? Se vacila todavía, se dilata el momento; los terribles síntomas se
declaran; entonces se apresuran, corren en busca de un sacerdote, pero llegan
tarde ¡todo ha concluido! ¡No permita Dios que seáis tratados así en
vuestra última hora!
Pero, ¿qué es lo que detiene en el cumplimiento de esta misión sagrada? — “No
me atrevo a hablarle de un sacerdote”, decís, “temo asustarle”. —Y aun cuando
se asustase, ¿preferís exponer su alma a la condenación eterna o a una larga expiación,
en el purgatorio? ¡Asustarle! Pues si durmiese al borde de un abismo o en una
casa invadida por las llamas, ¿vacilaríais en despertarle por no asustarle?
Decís, que llamaréis al sacerdote, cuando el
enfermo lo pida. ¿Pero ignoráis, que
rara vez se dan cuenta los enfermos de su gravedad? Vuestro es el deber de
preparar al enfermo, para que reciba a tiempo los auxilios religiosos. Acudid
con tiempo a vuestra parroquia o al sacerdote conocido, que os facilitará el
cumplimiento de este grave deber.
Desterrad
de vuestra mente la falsa preocupación de que el enfermo se asustará si le
habláis de sacramentos.
La experiencia enseña, que el enfermo sabe,
que el sacerdote viene a llenar a su lado el más dulce y benéfico de todos los
ministerios, a purificar y consolar su alma, a traerle, en fin, en medio de las
más crueles angustias, la paz y la dulzura de Jesucristo. Nota. En algunos
países existen ligas, cuyos adherentes se comprometen a avisarse mutuamente en
caso de enfermedad grave, para recibir a tiempo los auxilios espirituales. ¿Por
qué no podrían establecerse, también aquí entre nosotros?
La
primera diligencia que se ha de hacer cuando se advierta que un enfermo está de
peligro, es llamar al párroco o al confesor, para que le administre los
sacramentos de la Penitencia, Eucaristía y Extremaunción y le aplique la
indulgencia plenaria en el artículo de la muerte.
“SOCIEDAD
SAN MIGUEL”
AÑO
1928
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