Muy ancho es el camino
que conduce al Infierno, y muy grande el número de los que entran en él. El
Infierno tiene muchas puertas; mas estas puertas están sobre la Tierra. Estas
puertas son los vicios por los cuales los hombres ofenden al Señor y llaman
sobre sí los castigos y la muerte eterna. Entre
todos los vicios, hay cuatro especialmente, a saber: el odio, la blasfemia, el
robo y la impureza, que hacen caer más víctimas en el Infierno, y que más
provocan acá en la Tierra el castigo de Dios. Estas son las cuatro puertas por
las cuales entran el mayor número de los que se condenan.
El odio es la primera puerta del Infierno.
El
Paraíso es el reino del amor, así como el Infierno es el del odio. Padre
mío, dirá alguno: yo soy reconocido y
amo a mis amigos, mas no puedo sufrir al que me hace alguna contrariedad. Los bárbaros,
los idólatras hablan y obran como vos. Es natural amar a los que nos
hacen bien; y esto lo hacen, no sólo los infieles, sino aun los animales.
Más escuchad lo que os digo, añade Jesucristo: escuchad cuál es mi ley, la ley del amor: quiero que vosotros,
discípulos míos, améis aun a vuestros enemigos; haced bien al que os quiere
mal; y, cuando no podáis otra cosa, rogad a lo menos por aquel que os persigue;
entonces seréis hijos de Dios, que es vuestro Padre.
Con razón, pues, dice San Agustín que sólo el amor
distingue el que es hijo de Dios del que es hijo del demonio. Así han
obrado los santos; ellos han amado a sus enemigos.
Santa Catalina de Sena había sido indignamente difamada
por una mujer: esta mujer cayó enferma, y Santa Catalina la
asistió por largo tiempo, como si hubiese sido su sirviente.
San Acayo vendió sus bienes para socorrer a un hombre
que le había quitado la reputación.
Un asesino había atentado a la vida de San Ambrosio: el Santo le señaló una suma suficiente para
que pudiese vivir con decencia. He aquí personas que se pueden llamar a boca
llena hijos de Dios. ¡Cosa
admirable!, dice Santo Tomás de
Villanueva: perdonamos por
respeto a un amigo las injurias que se nos han hecho: ¿por qué no queremos
obrar así cuando es Dios el que lo manda?
¡Cuánto
debe esperar obtener el perdón el que perdona las ofensas! Él tiene a favor
suyo la promesa del Señor, que dice: Perdonad y se os perdonará. Perdonando a los demás, vos os habéis
proporcionado a vos mismo el perdón; mas, el que quiere vengarse, ¿puede esperar que Dios le remita sus
ofensas? Al pronunciar la oración dominical, sella El mismo su decreto
cuando llega a aquellas palabras: Señor,
perdóname, como perdono yo a mis enemigos. Cuando
alguno quiere vengarse, dice al Señor: No me perdonéis, Señor, porque yo no
quiero perdonar. Así es cómo pronuncia su sentencia contra sí mismo.
No lo dudéis: juzgados seréis sin
misericordia, porque no la queréis usar con vuestro prójimo. Si vengaros
queréis, renunciad al paraíso. Los vengativos tienen un infierno en este mundo
y en el otro. El que alimenta el odio en su corazón, no tiene nunca más un momento
de paz, dice San Crisóstomo, y es devorado sin cesar por la turbación y
el frenesí.
Mas diréis vosotros: Este hombre ha
despedazado mi reputación en el concepto público; me ha herido en lo más
delicado de mi honor; yo quiero, pues, vengarme.
¿Queréis quitarle la vida? — ¿Conque sois
vos dueño de la vida de un hombre?
No: ella no pertenece sino a Dios sólo. —
¿Queréis vengaros de vuestro enemigo?—También Dios se vengará de vos. Sólo a
Dios es permitida la venganza. (Deut., XXXII, 35.).
Pero ¿cómo podrá restablecerse mi honor? — ¡Cómo! Para restablecer vuestro honor ¿intentáis pisotear el honor
del mismo Dios? ¿No sabéis que deshonráis a Dios todas cuantas veces obráis
contra su ley? (Rom., II, 13.) ¿Cuál es vuestro honor? Es el de un pagano, de
un idólatra; el honor de un cristiano consiste en obedecer a Dios y observar su
ley. — Más se me tendrá por un cobarde.
Decidme, pregunta San Bernardo: si vuestra casa estuviera a punto de
desplomarse, ¿quisierais no huir por temor de que os llamasen cobarde? Y, para
evitar esta calificación, ¿os condenaréis vos mismo a desplomaros en el abismo
del Infierno? Si perdonáis, seréis elogiados por todos los hombres de bien.
Si deseáis vengaros, dice San Crisóstomo,
haced bien a vuestro enemigo; ésta es la única venganza permitida a un
cristiano.
Es falso que se pierda el honor cuando,
después de haber recibido una injuria, se dice: yo soy cristiano, y así no
puedo ni quiero vengarme; lejos de perder el honor, se adquiere entonces y se
salva el alma. Al contrario, el que se
venga será castigado de Dios, no sólo en la otra vida, sino también en este
mundo. Aun cuando lograse escapar de la justicia de los hombres, no podría
esperar, después de la venganza, sino una existencia desgraciada; debería
llevar una vida errante; estaría sin cesar atormentado por el temor de los
jueces y de los parientes de aquel a quien hubiese muerto, y sobre todo por sus
remordimientos; en una palabra, sería
desgraciado en esta vida, y el Infierno le aguardaría en la otra.
¿Qué debemos,
pues, hacer si alguno nos ofende? Recurrir al momento a Dios y a la
Santísima Virgen, pedirle la fuerza para perdonar, y decir allí mismo: Señor,
yo perdono por vuestro amor la injuria que se me hace; perdonadme Vos las
injurias sin número que os he hecho
San
Alfonso María de Ligorio.
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