miércoles, 14 de septiembre de 2016

Dos grandes medios para llegar a ser santo.





El deseo y la resolución de serlo

   Toda la santidad consiste en amar a Dios. El amor divino es aquel tesoro infinito por el cual adquirirnos la amistad de Dios. Dios está pronto a darnos este tesoro de su santo amor, pero quiere que él sea el objeto de nuestros más ardientes deseos. Cuando se desea tibiamente un bien cualquiera, no se pone grande empeño en conseguirlo: por lo contrario, como dice San Lorenzo Justiniano, un fervoroso deseo hace llevaderas las penas, e infunde nuevas fuerzas.

   Así el que tiene poco anhelo de adelantar en el amor divino, en vez de enfervorizarse en la perfección, se irá enfriando cada vez más; y siguiendo más frío, se verá en gran peligro de caer por fin en algún precipicio. Al contrario, el que aspire a la perfección con ardiente deseo, y se esfuerce por adelantar en ella de día en día, éste, con el tiempo, lo conseguirá.

   Dios, dice Santa Teresa, no reserva sus grandes favores, sino para aquel que desea fervorosamente su santo amor. Y en otro lugar: Dios no deja un buen deseo sin recompensa.

   De donde toma la Santa ocasión de exhortarnos a no envilecer nuestros deseos, porque, como ella dice, con la confianza en Dios, por nuestros esfuerzos podremos llegar poco a poco hasta donde han llegado los Santos.

   Es un engaño del demonio, según el parecer de la misma Santa, el creer que es soberbia el desear ser santo. Lo sería sin duda y sería además vana presunción, si pusiésemos nuestra confianza en nuestras obras en nuestras resoluciones; pero no así cuando todo lo esperamos de Dios: esperándolo de Dios se nos dará la fuerza que nos falta. Deseemos, pues, con ardor llegar a un grado sublime de amor de Dios, y digamos con valentía: Todo lo puedo en aquel que me conforta; y si no hallamos en nosotros aquel deseo ardiente, pidámoslo por lo menos incesantemente a Jesucristo, que él nos lo concederá.

   Pasemos ahora al segundo medio, que es la resolución. Los buenos deseos deben ir acompañados de la resolución de una alma determinada a hacer todos los esfuerzos para conseguir el bien que desea. Muchos desean la perfección, pero nunca ponen en práctica los medios. Anhelan irse a sepultar en un desierto, hacer ejemplar penitencia, grandes oraciones, sufrir el martirio; pero todos estos deseos se reducen a puras veleidades, que en lugar de ayudarles, les harán más daño. Estos son aquellos deseos que matan al perezoso, como dice la Escritura.

   Mientras se alimentan de estos ineficaces deseos, no se esmeran en desarraigar y lanzar de si sus defectos, en mortificar sus apetitos, sufrir con paciencia los, desprecios y las contradicciones, Desean hacer grandes cosas, pero incompatibles con su natural estado; y mientras esto sucede, crece más y más su imperfección. Cualquier adversidad los desconcierta, cualquier enfermedad los impacienta, y habiendo vivido imperfectos con tal conducta, mueren en la imperfección en que han vivido.

   Si pues, queremos efectivamente ser santos hagamos antes la resolución, De huir de toda culpa venial, por ligera que pueda parecernos. De desprendernos de toda afección hacia las cosas terrenas. De no faltar nunca a los ejercicios cotidianos de oración y mortificación, cualquiera que sea el tedio y desgano que sintamos. De meditar cada día la pasión de nuestro Señor Jesucristo, la cual inflama de amor divino a todos los corazones que la meditan. De resignarnos con santa paz a la voluntad de Dios en medio de todas las contradicciones. El padre Baltasar Álvarez decía: El que se resigna la voluntad divina en los trabajos, corre hacia su Dios por la posta. 6° En fin, de pedir continuamente a Dios el don de su santo amor.

   Resolución, resolución, decía Santa Teresa: el demonio no teme a las almas irresolutas: al contrario, el que está resuelto a entregarse de veras a. Dios, vencerá lo que le parecía insuperable: una voluntad resuelta triunfa de todo. Trabajemos por ganar el tiempo perdido, y dediquemos a Dios todo el que nos queda. Todo el tiempo empleado sin servir a Dios es tiempo perdido. ¿Queremos tal vez provocar a Dios a que nos abandone en nuestra tibieza, que nos conducirá a la perdición? No; cobremos valor y vivamos en adelante con esta máxima: Agradar a Dios y morir. Un alma resuelta con tal firmeza volará, con la ayuda de Dios, por la carrera de la perfección.

   Un alma que quiere ser toda de Dios debe estar dispuesta a poner en práctica las siguientes resoluciones: No cometer jamás ningún pecado venial, por leve que sea. Entregarse a Dios sin reserva, y para esto no dejar de practicar todo lo que sea del agrado de Dios, con la aprobación de nuestro director espiritual. Entre las buenas obras elegir aquellas que más agraden a Dios. No esperar a mañana para hacer el bien que podemos hacer hoy. Pedir a Dios todos los días la gracia de crecer en su amor. Con este amor lo haremos todo: sin este amor nada haremos. Es necesario darlo todo para alcanzarlo todo. Para que fuésemos totalmente de Jesús, se nos entregó Jesús todo entero a nosotros.

   Desgraciado de mí ¡oh Dios de mi alma! Después de tantos años que estoy sobre la tierra, ¿qué adelantamiento he procurado alcanzar en vuestro amor? Mis progresos han sido en los defectos, en el amor propio, en el pecado. ¿Y habré de continuar la vida de este modo hasta morir? No, Jesús mío: no, Salvador mío. Ayudadme: no quiero morir tan ingrato, como lo he sido hasta ahora.

   Quiero amaros ya con toda verdad, y desprenderme de todo para agradaros. Dadme la mano ¡Ho Jesús mío! vos que habéis derramado toda vuestra sangre, esperando que me entregaría enteramente a vos: sí, quiero ser todo de vos, con el auxilio de vuestra gracia. Cada día doy un paso más hacia la muerte; ayudadme a que me desprenda de cuanto pudiera impedirme ser todo de vos, de vos que me habéis amado tanto. Hacedlo por vuestros merecimientos; lo espero de vuestra bondad.

   También lo espero de vos ¡oh Virgen María, oh Madre mía! Por vuestros ruegos, que lo pueden todo de Dios, alcanzadme la gracia de ser todo suyo.



SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO


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