El
deseo y la resolución de serlo
Toda la santidad consiste en amar a Dios. El
amor divino es aquel tesoro infinito por el cual adquirirnos la amistad de
Dios. Dios está pronto a darnos este tesoro de su santo amor, pero quiere que
él sea el objeto de nuestros más ardientes deseos. Cuando se desea tibiamente
un bien cualquiera, no se pone grande empeño en conseguirlo: por lo contrario,
como dice San Lorenzo Justiniano, un fervoroso deseo hace llevaderas las penas,
e infunde nuevas fuerzas.
Así el que tiene poco anhelo de adelantar en
el amor divino, en vez de enfervorizarse en la perfección, se irá enfriando
cada vez más; y siguiendo más frío, se verá en gran peligro de caer por fin en
algún precipicio. Al contrario, el que aspire a la perfección con ardiente
deseo, y se esfuerce por adelantar en ella de día en día, éste, con el tiempo,
lo conseguirá.
Dios, dice Santa Teresa, no
reserva sus grandes favores, sino para aquel que desea fervorosamente su santo
amor. Y en otro lugar: Dios no deja un buen deseo sin recompensa.
De donde toma la Santa ocasión de
exhortarnos a no envilecer nuestros deseos, porque, como ella dice, con la
confianza en Dios, por nuestros esfuerzos podremos llegar poco a poco hasta
donde han llegado los Santos.
Es un engaño del demonio, según el parecer
de la misma Santa, el creer que es soberbia el desear ser santo.
Lo sería sin duda y sería además vana presunción, si pusiésemos nuestra
confianza en nuestras obras en nuestras resoluciones; pero no así cuando todo
lo esperamos de Dios: esperándolo de Dios se nos dará la fuerza que nos falta.
Deseemos, pues, con ardor llegar a un grado sublime de amor de Dios, y digamos
con valentía: Todo lo puedo en aquel que
me conforta; y si no hallamos en nosotros aquel deseo ardiente, pidámoslo por
lo menos incesantemente a Jesucristo, que él nos lo concederá.
Pasemos
ahora al segundo medio, que es la resolución. Los buenos deseos deben ir
acompañados de la resolución de una alma determinada a hacer todos los
esfuerzos para conseguir el bien que desea. Muchos desean la perfección, pero nunca ponen en práctica los medios.
Anhelan irse a sepultar en un desierto, hacer ejemplar penitencia, grandes
oraciones, sufrir el martirio; pero todos estos deseos se reducen a puras
veleidades, que en lugar de ayudarles, les harán más daño. Estos son aquellos
deseos que matan al perezoso, como dice la Escritura.
Mientras se alimentan de estos ineficaces
deseos, no se esmeran en desarraigar y lanzar de si sus defectos, en mortificar
sus apetitos, sufrir con paciencia los, desprecios y las contradicciones, Desean
hacer grandes cosas, pero incompatibles con su natural estado; y mientras esto
sucede, crece más y más su imperfección. Cualquier adversidad los desconcierta,
cualquier enfermedad los impacienta, y habiendo vivido imperfectos con tal
conducta, mueren en la imperfección en que han vivido.
Si pues, queremos efectivamente ser santos
hagamos antes la resolución, 1° De
huir de toda culpa venial, por ligera que pueda parecernos. 2° De desprendernos de toda afección
hacia las cosas terrenas. 3° De no
faltar nunca a los ejercicios cotidianos de oración y mortificación, cualquiera
que sea el tedio y desgano que sintamos. 4°
De meditar cada día la pasión de nuestro Señor Jesucristo, la cual inflama de
amor divino a todos los corazones que la meditan. 5° De resignarnos con santa paz a la voluntad de Dios en medio de
todas las contradicciones. El padre Baltasar Álvarez decía: El que se resigna la voluntad divina en los
trabajos, corre hacia su Dios por la posta. 6° En fin, de pedir
continuamente a Dios el don de su santo amor.
Resolución,
resolución, decía Santa Teresa: el demonio no teme a las almas irresolutas: al
contrario, el que está resuelto a entregarse de veras a. Dios, vencerá lo que
le parecía insuperable: una voluntad resuelta triunfa de todo. Trabajemos
por ganar el tiempo perdido, y dediquemos a Dios todo el que nos queda. Todo el
tiempo empleado sin servir a Dios es tiempo perdido. ¿Queremos tal vez provocar a Dios a que nos abandone en nuestra
tibieza, que nos conducirá a la perdición? No; cobremos valor y vivamos en
adelante con esta máxima: Agradar a Dios y morir. Un alma resuelta con tal
firmeza volará, con la ayuda de Dios, por la carrera de la perfección.
Un alma que quiere ser toda de Dios debe
estar dispuesta a poner en práctica las siguientes resoluciones: 1° No cometer jamás ningún pecado
venial, por leve que sea. 2°
Entregarse a Dios sin reserva, y para esto no dejar de practicar todo lo que
sea del agrado de Dios, con la aprobación de nuestro director espiritual. 3° Entre las buenas obras elegir aquellas
que más agraden a Dios. 4° No
esperar a mañana para hacer el bien que podemos hacer hoy. 5° Pedir a Dios todos los días la gracia de crecer en su amor. Con
este amor lo haremos todo: sin este amor nada haremos. Es necesario darlo todo para alcanzarlo todo. Para que fuésemos
totalmente de Jesús, se nos entregó Jesús todo entero a nosotros.
Desgraciado de mí ¡oh Dios de mi alma! Después de tantos años que estoy sobre la
tierra, ¿qué adelantamiento he procurado
alcanzar en vuestro amor? Mis progresos han sido en los defectos, en el
amor propio, en el pecado. ¿Y habré de
continuar la vida de este modo hasta morir? No, Jesús mío: no, Salvador
mío. Ayudadme: no quiero morir tan ingrato, como lo he sido hasta ahora.
Quiero amaros ya con toda verdad, y
desprenderme de todo para agradaros. Dadme la mano ¡Ho Jesús mío! vos que habéis derramado toda vuestra sangre,
esperando que me entregaría enteramente a vos: sí, quiero ser todo de vos, con
el auxilio de vuestra gracia. Cada día doy un paso más hacia la muerte;
ayudadme a que me desprenda de cuanto pudiera impedirme ser todo de vos, de vos
que me habéis amado tanto. Hacedlo por vuestros merecimientos; lo espero de
vuestra bondad.
También lo espero de vos ¡oh Virgen María, oh Madre mía! Por
vuestros ruegos, que lo pueden todo de Dios, alcanzadme la gracia de ser todo
suyo.
SAN
ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
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