San Francisco
acostumbraba a hablar de los ojos
demasiados ligeros con este enigma:
Un poderoso rey envió sucesivamente dos emisarios a la reina. Vuelve el
primero, y sólo pronuncia las palabras indispensables respecto al desempeño de
su comisión.
Los ojos del sabio se fijaron sólo en el
asunto y no se derramaron por otra parte. Volvió el segundo, y después de pocas
palabras relacionadas con el encargo, comenzó a elogiar y tejer una historia de
la hermosura de la señora. “En verdad, señor, vi una mujer hermosísima. Dichoso
quien puede gozarla.” A ello respondió
el rey: “Siervo malvado, ¿en mi esposa tuviste
el atrevimiento de fijar tu impúdica mirada? Fácil es adivinar que querrías tomar
una cosa que tan sutilmente inspeccionabas.” Hace comparecer entonces al
primer enviado y le pregunta: “¿Qué te
ha parecido de la reina?” Respondió: “Muy bien, porque escuchó en silencio y contestó con
sagacidad” Repuso el rey: “¿Nada
tiene ella de hermosa?” “A ti, mi señor, atañe mirar esto; yo sólo debía
pronunciar palabras.” El rey pronunció su sentencia: “Tú, casto en los ojos y más casto en el
cuerpo, permanece en mi servicio, más a ese otro, arrójesele de la casa, no sea
que deshonre el tálamo.”
Proseguía entonces el bienaventurado Padre
Francisco: Cuando hay excesiva seguridad, se precave uno menos del enemigo. El
diablo, si puede llegar a coger al hombre por un cabello, hace que éste se
convierta en maroma. Si durante muchos años no puede hacer caer al que tienta,
no le molesta la tardanza, si logra que al fin caiga. Pues éste es su oficio, y
ni de noche ni de día se ocupa en otra cosa.
“VIDA
SEGUNDA” por CELANO
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