Consideremos otra
puerta del Infierno (la tercera), por la
cual entra gran número de personas. Esta puerta es el robo. Hay hombres que adoran, por decirlo así, el dinero, mirándolo como a su
Dios y su último fin. (Ps., CXIII, 14.) Pero dictada está su condenación: los ladrones no poseerán el Cielo. (I
Cor. VI, 10.) Verdad es que el robo no es el pecado más grave, pero es el más
peligroso para la salud eterna, dice San Agustín; pues para obtener el perdón de los otros
pecados basta tener de ellos un verdadero arrepentimiento; más para el robo es
indispensable, además, la restitución, que es siempre difícil. Cada día lo
vemos por experiencia: los hurtos son innumerables, y rarísimas las
restituciones.
Guardaos
bien de tomar o de retener los bienes de otro; si lo habéis hecho, por
desgracia, restituidlos de poco en poco, si no podéis todo de golpe.
El
bien ajeno os hace pobre en esta vida, y desgraciado en la otra. Vos habéis despojado
a los otros, y los demás os despojarán a su turno. (Hab., II, 9.)
El bien de otro lleva consigo la maldición sobre la casa
que le conserva (Zach., V, 3); es decir, que quien posee el bien de su prójimo
perderá, no solamente lo que ha robado, sino también lo que posee suyo. El bien
ajeno es un fuego que devora todo lo que encuentra.
Atended,
madres y esposas, si vuestros hijos o vuestros maridos introducen en la casa
bienes de otro; lamentaos de ello; guardaos de aplaudirlo, ni aun con el
silencio. Habiendo oído Tobías un cordero que daba balidos en su casa, “Cuidado, dijo, que no sea robado:
devolvedle”. Hombres hay que toman el bien de otro, y que procuran después aquietar
su conciencia por medio de limosnas.
San Crisóstomo dice que el Señor no quiere ser
honrado con lo que pertenece a otros.
Los
robos de los ricos consisten en los actos de injusticia, en los daños que
ocasionan con la injusta detención de lo que es debido a los pobres; éstos son
también robos que obligan a la restitución; mas ésta es, por desgracia, muy
difícil de practicar; así es que muchos se condenan por causa de los robos.
San
Alfonso María de Ligorio.
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