Pocos son los que
tienen una idea exacta de la humildad, por cuanto la confunden con la
pusilanimidad y cobardía.
La
humildad consiste en atribuir a Dios lo que es de Dios, esto es todo el bien; y
en atribuirnos a nosotros lo que es nuestro y esto es, todo el mal.
Así como sacó Dios todas las cosas de la nada,
asi también del conocimiento de nuestra nada y de nuestra miseria, quiere sacar
los fundamentos de nuestro edificio espiritual.
Decía por lo mismo San Buenaventura: Como Dios sea el todo contento estoy yo de ser nada.
El verdadero humilde cuando cae en a1guna
falta, se arrepiente de ella con toda sinceridad; mas no se conturba, porque no
extraña de que la miseria sea miserable; ni de que la flaqueza sea flaca; ni de
que la enfermedad sea enferma; antes bien da gracias a Dios de no haber
incurrido en otras peores. Por· esto Santa Catalina de
Génova cuando advertía haber caído en alguna falta, solía decir
con tranquilidad: Hierba de mi huerto.
Este
documento es de tanta importancia, que San Francisco de
Sales se expresa en estos términos: Preciso es que suframos nuestras imperfecciones para adquirir la perfección;
la humildad se nutre con este sufrimiento.
Algunos para ser humildes rehúsan reconocer en sí mismos ningún bien, ni
habilidad. El conocimiento de los dones
recibidos, dice Santo Tomás, produce agradecimiento con el bienhechor. Los
jumentos y mulos muchas veces van cargados de oro y de preciosos aromas, y no
por esto dejan de ser tan bestias como antes. El mayor número de gracias
recibidas no hace más que aumentar la deuda en, quien las recibe.
Naturalmente gustan más las alabanzas que
los vituperios, y en esto no hay ningún mal, porque es la voz ·de nuestro
inevitable apetito; basta el referir la alabanza a quien es debida que es Dios,
cuyos dones se alaban en nosotros, y por cuyo medio crecen nuestras obligaciones
para con un Señor tan benéfico.
El alma humilde verdaderamente es la más
generosa; pues cuanto más desconfía de sí misma, tanto más confía en el Señor
que le comunica valor, y exclama con San Pablo:
Todo lo puedo en aquel que me conforta. Por esto dice Santo Tomás, que la humildad cristiana es el principio de la
magnanimidad. El que se retira de las obras buenas aunque grandes y luminosas, a
que le llama el Señor, no se tenga por humilde, sino por desconfiado y pusilánime.
La obediencia es el medio mas seguro para conocer los divinos llamamientos.
Cuanto más progresamos
en la práctica del bien, tanto más hemos de
temer la vanagloria, porque los otros vicios se alimentan de pecados pero
este de virtudes. Entre los ángeles el más sublime que fue Luzbel, vino a ser
por su vanidad el más terrible entre los demonios.
Para huir de la vanidad sea un medio muy
poderoso aquella sabia reflexión que repetía muy a menudo San Francisco de Sales: Los males que yo hago, son por
cierto males y son verdaderamente míos; más los bienes que yo obro, ni puramente
son bienes, ni puramente son míos.
El
humilde no desprecia a ninguno por gran pecador que este sea...porque puede muy
bien convertirse, así como nosotros estamos continuamente expuestos a extravíanos
para perdernos por una eternidad. Judas
fue un gran apóstol Pablo un grande
perseguidor de la Iglesia. ¿Y qué cambio
tan maravilloso hicieron?
Estemos muy alerta para
no confundir la falsa humildad con la verdadera, la cual procura disimularse
ella misma, y ocultar las otras virtudes. El que quiere parecer humilde, es el más
soberbio.
Es
muy laudable y tal vez necesario el manifestar los dones recibidos de Dios, y
el bien que obramos con su gracia, cuando así lo pide la gloria del Señor, la utilidad
de la edificación en la iglesia, y el provecho de· las almas; y a este fin publicó San Pablo sus revelaciones, y sus
tareas apostólicas.
La aversión que tuvo San Felipe Neri a las grandezas del mundo, nació de la luz grande que tenía, y del conocimiento de las cosas por sí
mismas, y de su profunda humildad, que fue en él tan eminente, que a imitación
de San Francisco, se
tenía por el mayor pecador del mundo, y con el sentimiento que lo decía
mostraba afirmarlo de corazon; de forma que si oía algún pecado grave de otro decía:
Ruego a Dios no haya hecho yo peor. Diciendo
cierta persona en presencia del Santo: Padre,
grandes cosas hacen los santos; le respondió: No has de decir así, sino grandes
cosas hace Dios en los santos.
Para evitar peligros de vanagloria, quería San Felipe que
se hiciesen en secreto las devociones particulares, diciendo: que los gustos y
consuelos del espíritu no se han de buscar en los lugares públicos.
Por eso exhortaba se huyese de toda
singularidad que de ordinario es origen y fomento de soberbia espiritual. No quería
por eso que se dejasen las buenas obras. Y así conforme a la doctrina de los Santos Padres, solía distinguir tres géneros de
vanagloria: A la primera llamaba señora
que va delante: y se tenía por fin de la obra que se hace. A la segunda compañera: esta es cuando
no se hace la acción por vanagloria, pero se siente complacencia cuando se
ejecuta. A la tercera llamaba esclava:
que se siente por la obra que se hizo, pero se reprime luego; y así decía: Advertid por lo menos que la vanagloria no
sea señora.
Deseaba San Felipe principalmente
mortificar en los suyos el discurso, en particular cuando se fundaba en alguna
apariencia de buena razón; (cosa tan difícil, cuanto alabada con encarecimiento
de los santos.) Instaba de tal forma que se pusiese todo el estudio en
mortificar el entendimiento, y solía decir tocándose en la frente: La santidad del hombre está en el espacio
de estos tres dedos. Y añadía declarándolo: Toda la importancia está en mortificar lo racional. Palabras muy
familiares del santo, entendiendo por la racional, el sobrado discurso,
desagradándole el querer hacer del prudente y discurrir en todas cosas.
Ténganse muy firmes en la memoria estas
sentencias tan fecundas y sólidas de la Sagrada Escritura y de los Santos
Padres: La presunción es la hija de la
necedad, la humildad de la sabiduría; aquella es propia de ánimos mezquinos
esta de almas grandes. = El hombre orgulloso del siglo es esclavo de sus pasiones:
el humilde del Evangelio, es señor de ellas. = Aquel que sabe ser humilde según
el Evangelio, es el más sabio entre los filósofos, y el más generoso entre los
hombres. = No
hay ningún soberbio en el paraíso, ni humilde alguno en el infierno.
Espiritualidad
Católica
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