Vamos a contar ahora un
suceso de aparición real del demonio en junta o tenida de masones.
El R. P. F. Cormier,
en su vida del P. Jandel, varón
ilustre de la Orden dominicana en estos últimos años, refiere el siguiente caso
de presencia personal del demonio en una logia, atestiguado por multitud de
revistas religiosas en los mismos días de lo ocurrido: “El P. Jandel, movido por una inspiración repentina, se puso en un
sermón a ponderar la virtud de la Santa
Cruz. Al salir de la catedral, se le arrimó un sujeto y le dijo: — ¿Señor, cree UD. lo que acaba de predicar? —Vaya si lo creo, si no, no lo predicaría:
la iglesia reconoce la virtud de la Santa Cruz. — ¿Con que de
veras lo cree UD? Pues bien, yo soy francmasón, y no lo creo. Pero como las
palabras de UD. me han sorprendido en gran manera, vamos haciendo la prueba de
esa doctrina. Todas las noches nos reunimos en tal calle y tal número, y el demonio
en persona viene a presidir la sesión. Venga UD. esta noche conmigo, los dos
nos quedaremos a la puerta de la sala, y UD. hará el signo de la Cruz sobre la
concurrencia; así me certificaré de la verdad de los dichos de UD. —Tengo fe en la virtud del signo de la
Cruz, repuso el P. Jandel; mas no puedo aceptar la propuesta sin reflexionarlo
antes maduramente: Deme UD. tres días de tiempo para pensarlo. —Bueno, replicó el francmasón: cuando se determine UD. para
la prueba me tendrá a sus órdenes:
y le dio las señas de su casa.”
“El P. Jandel
se fué en seguida a ver al Cardenal de
Bonald, y le preguntó si aceptar o no el reto, en nombre de la señal de la Cruz. El Arzobispo convocó
junta de teólogos, donde después de una larga discusión, se acordó que aceptase
el P. Jandel. —Id, hijo mío, le dijo el
señor de Bonald echándole la bendición, que Dios os acompañe.”
“Cuarenta
y ocho horas faltaban para el plazo, y el P.
Jandel las pasó en oración y en penitencia, encomendándose además en las
oraciones de sus amigos: A la entrada de la noche del día señalado, se fué a la
casa del francmasón, el cual le estaba aguardando. El Padre había cambiado sus hábitos por un vestido de seglar, de
modo que nadie le hubiera tomado por lo que era: esto sí, debajo de la ropa
llevaba un buen Crucifijo. Salieron, y a poco llegaron hasta un salón amueblado
con gran lujo y se quedaron en la puerta. Poco a
poco se fué llenando él salón, y ya iban a ocupar cada uno su asiento, cuando
el demonio se apareció en forma humana. En el acto el P. Jandel sacando del pecho el Crucifijo que traía
escondido, lo levanta con ambas manos haciendo sobre los asistentes la señal de
la Cruz.”
“Un
rayo no habría producido un efecto tan imprevisto, tan instantáneo, tan
sorprendente. Apangase las luces, cáense unos sillones sobre otros, los
concurrentes huyen. . . El francmasón se
lleva al P. Jandel, y cuando ya iban lejos, sin saber cómo pudieron salir de en
medio de aquella obscuridad y confusión, el adepto
de Satanás, puesto de rodillas ante el sacerdote: — ¡Creo,
exclamó, creo! ¡Rogad por mí! ¡Convertidme! ¡Confesadme!”
No hay porque sospechar de la veracidad y
buena fe de este relato, que en esto no hay que hablar, ni de la exactitud de
un P. Jandel, actor principal del
drama, y de un P. Gormier, su fiel
cronista, amén de toda la prensa
católica de aquellos mismos días, que no dudaría en tachar de injusto y
sobre manera temerario a quienquiera osase nublar con la más leve duda la
verdad del relato. Y con esto queden las cosas en su lugar, y por muy verdadera y positiva
aquella aparición del diablo, que de fijo no
hubo de ser la primera ni la última, según anda la masonería envuelta en
tratos e intimidades con el príncipe infernal, conforme a todo buen juicio.
Después de todo lo cual estamos ya hartos de
horrores y diabluras masónicas, y punto.
“Presbítero
Serra y Caussa”
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