Señalaremos las distracciones, la tibieza de
la voluntad, la vaguedad en los propósitos, las ilusiones y las indisposiciones
naturales.
Las distracciones
Las hay que vienen del demonio.
La oración es el gran campo de batalla. “La
guerra que nos hace el demonio, dice el santo abad Nilo, no tiene más objeto que haceros abandonar
la oración, la cual para él es tan insoportable y odiosa como para nosotros saludable.”
Permitirá que nos demos al ayuno, a la mortificación, a todo aquello que puede
halagar nuestro orgullo, pero no puede sufrir la oración, en que el alma
glorifica a Dios, humillándose y transformándose.
De ahí que procure extraviar nuestros pensamientos
y afectos, fatigándonos con mil recuerdos frívolos e imágenes peligrosas, o
quizá malas, agobiándonos con penosas tentaciones, en una palabra, turbándonos
y agitándonos; y, tras esto, procura persuadirnos que no tenemos aptitud para
la oración, que perdemos el tiempo, que ofendemos a Dios y que valdría más
omitirla que hacerla tan mal. Pero ¡ay
de nosotros, si nos dejamos engañar! ; cortado el riquísimo venero de las
gracias, nuestra alma podría agostarse y morir.
Muchas
distracciones vienen de nosotros mismos.
Distracciones
de ligereza. — Si yo doy toda la libertad posible a mis ojos para ver, a mi
lengua para hablar y a mis oídos para escuchar, ¿cuántas distracciones no entrarán, como por otras tantas puertas
francas, por sentidos tan mal guardados? ¿Cómo será posible domar la
imaginación cuando oramos, si en cualquier otra ocasión se cede a sus
fantasías? Si tenemos la desgraciada costumbre de dejar la memoria flotante
a merced de sus recuerdos y al espíritu volar como loca mariposa adonde lo
lleven sus caprichos, ¿cómo será posible
estar así constantemente disipados y recogernos después súbitamente en la
oración? En ella recogeremos las distracciones sembradas durante todo el
día.
Distracciones
de pasión. –– El corazón arrastra al
espíritu, y nuestros pensamientos van de por sí adonde están nuestras
aficiones, antipatías y pasiones. Entre los ímpetus de cólera, de envidia, de
animosidad o de cualquier afecto desordenado, el alma no es dueña de sí misma,
azotada como está, cual débil barquilla, en mar procelosa.
Distracciones de empleos.
–– Los estudios, los cargos, el trabajo,
sobre todo si nos entregamos a ellos sin medida y con pasión, suelen venir a
asediarnos en la calma y reposo de la oración, a veces con una vivacidad y
lucidez que no sentimos en el ruido de las ocupaciones.
Distracciones
de debilidad. –– Es costoso cautivar por largo tiempo el espíritu; las
verdades de la fe son sobrenaturales, exigen mil sacrificios, y ofrecen a las
veces muy poca suavidad; se necesitaría
entonces para doblegar el pensamiento una; voluntad muy firme de agradar a Dios
y de adelantar en la perfección, y ¡ay, la pobre alma es tan débil…!
Cualquiera que sea el origen de la
distracción, será culpable si la acepto libremente o si la he consentido en su
causa; no culpable, si no he puesto la ocasión, y si, al propio tiempo, cuando
me doy cuenta de que mi espíritu se desvía, me esfuerzo en recogerlo.
Debo, pues, por encima de todo, trabajar con
verdadero empeño por suprimir la causa de las distracciones, refrenar la
imaginación y la memoria, regular según Dios las afecciones, dejar a la entrada
del claustro los pensamientos de empleos y negocios, etc.
Obrando así, por voluntarias que en
principio hayan sido las distracciones, dejan de imputárseme desde el momento
en que las retracto.
En
cuanto a las distracciones actualmente advertidas, el único remedio es
combatirlas. Tres cosas será bueno hacer: 1° Humillarnos delante de Dios;
la humildad es remedio para todos los males. 2° Traer suavemente el espíritu a Dios y a la oración mil veces si
es preciso, despreciando en general la tentación o invocando a Dios con fervor,
pero sin turbación ni inquietud; si nos turbamos, removido el fondo del alma,
no hacemos más que levantar fango; fuera de que, aun cuando hayamos pasado toda
la oración rechazando distracciones, habremos agradado a Dios, como Abraham
cuando espantaba las aves de su sacrificio Gen., XV, 11. 3° No exponemos a nuevas divagaciones examinando minuciosamente de
dónde nos han venido las distracciones y si hemos consentido en ellas. Por lo
general, será mejor dejar este examen para otra ocasión.
Toda distracción bien combatida, lejos de
perjudicarnos, aumenta nuestros méritos y apresura nuestro adelantamiento; ¡de cuántos actos de humildad, de paciencia
y de resignación son causa! Con cada esfuerzo que hacemos para tornar a
Dios, le damos la preferencia sobre los objetos que solicitan nuestro
pensamiento, triunfamos del demonio y merecemos para el cielo.
“LOS
CAMINOS DE LA ORACIÓN MENTAL”
Dom
VITAL LEHODEY
Abad Cisterciense de la Trapa de Briequebe
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