Discípulo. —Si tantos son los abusos, ¿no sería
conveniente poner algún límite a la comunión frecuente?
Maestro.
—Pero ¿qué dices? ¿Poner límite cuanto apenas se ha empezado a caminar?
¿Empezar tan pronto a frenar? Volveríamos bien pronto al Jansenismo despiadado
y cruel. Y aún más, pues al punto a que ha llegado la indiferencia religiosa se
uniría inmediatamente como pesada secuela el descuido y el olvido de tan
augusto y prodigioso Sacramento, que es el que conserva en pie al mundo.
D. —Entonces, ¿nada de límites?
M.
—Nada, ni pensar siquiera en disminuir la Comunión frecuente (la frecuencia de
la Comunión); más bien hay que poner coto al pecado, que es causante de todos
los abusos; a las malas ocasiones, a las costumbres depravadas, a las malas
compañías, al desenfreno del placer, a las ideas cerradas, al egoísmo, a los
caprichos, causas todas de las comuniones sacrílegas y mal hechas; pero nunca a
la Comunión frecuente, cuando se hacen bien y con devoción.
D. —Y
ante tan pocas Comuniones bien hechas y devotas en comparación de tantos y
tantos sacrilegios, ¿tampoco?
M.
—También en esto estás esquivocado. Es verdad que son muchas las Comuniones mal
hechas, pero es también muy cierto que son mucho más numerosas las que se hacen
bien, y capaces de contrarrestar superabundantemente las otras, sacrílegas. De
no ser así, hace ya mucho tiempo que el mundo se hubiera arruinado.
En
lo alto de la cúpula que está encima del presbiterio de una de las iglesias más
hermosas de Roma, están representados los comienzos del fin del mundo. El fondo
representa un altar suntuoso, en el que un sacerdote celebra la última Misa;
alrededor asiste una muchedumbre de fieles con la mayor devoción, y se preparan
a recibir la Sagrada Comunión, mientras arriba, en lo más alto, multitud de
ángeles, inclinados con sus trompetas de oro, esperan el final de la Misa para
anunciar cómo ha llegado la hora de la Justicia Divina, En este cuadro, obra
del célebre Leonardo de Vinci, quiso decirnos el autor: Estoy convencido de
que, sin la Santa Misa y sin la Sagrada Comunión, el mundo se hubiera hundido
en el abismo de sus mismos crímenes.
D. —
¿Entonces, Padre?
M.
—Entonces, quiere ello decir que es necesario fomentar más y más la Comunión
frecuente, y procurar al mismo tiempo que estas comuniones estén bien hechas,
haciendo guerra y poniendo el mayor coto posible a las Comuniones sacrílegas.
D. — ¿Será verdad que Dios aniquilará al
mundo o enviará tremendos castigos por los muchos sacrilegios que se cometen?
M.
—Tal vez hayas leído u oído contar alguna vez aquel episodio de la Historia
Sagrada en el que se habla de la oración del patriarca Abraham.
D. —Creo que sí, Padre; pero no lo
recuerdo bien; cuéntemelo.
M.
—Se lee en el Antiguo Testamento que Dios habló un día a Abraham y le dijo:
—Abraham,
estoy harto de la multitud de pecados que comete mi pueblo, y he determinado
exterminarle con una gran lluvia de fuego.
—Señor, exclamó Abraham, ¿no le perdonarías si se encontraran en
medio de él cien justos?
—Sí,
le perdonaré, dijo Dios, sí hay cien justos.
— ¿Y sí hubiese solamente cincuenta?
—Todavía
le perdonaría si se hallaren cincuenta justos.
–– ¿Y si hubiera veinticinco?
— Por el amor de los veinticinco, también
perdonaré.
Abraham, confiado aún
más en la bondad infinita de Dios, continuó su oración:
— ¿Y
los perdonarías aunque solamente encontraran diez justos?
— Infinita es mi misericordia, dijo Dios, También los perdonaré
en atención a estos diez justos.
Contento Abraham cesó,
y se fué a busca los diez justos; pero no los encontró, y Dios destruyó las
ciudades de la Pentápolis prevaricadora.
D. —
¡Qué bueno se mostró Dios Nuestro Señor!
M.
— Pues Dios es bueno también ahora.
Jamás cambia; ahora y siempre, como entonces, tiene sus delicias en tolerar y
perdonar; y aunque los sacrilegios sean como espinas que puncen sus pupilas, y
crueles espadas que atraviese en su corazón, aun así calla y perdona, en
atención al consuelo y alegría que recibe de los que comulgan bien. Y como las
Comuniones bien hechas superan en número a las malas, El permite estas últimas.
Pbro.
Luis José Chiavarino
COMULGAD
BIEN.
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