La falta de devoción del corazón y de resoluciones vigorosas
No
hablamos ahora de las sequedades, sino de la tibieza de la voluntad, de la
pereza espiritual en la oración.
Cuesta mucho ambientar al alma en la
cuádruple pureza de que hemos hablado y que tan bien dice con la vida de
oración. Y guardar las reglas del
silencio, del recogimiento y de las lecturas serias. Y afincar el espíritu en
Dios a pesar de las distracciones que nos acosan. Y perseverar en afectos
santos, en medio de las sequedades, y exprimir actos y demandas vigorosos de un
corazón desolado. Y, en fin, someterse a la voluntad de Dios, y tomar una
resolución que lleve el remedio a la raíz del mal. He ahí por qué se querría y
no se quiere. La negligencia de la vida
se ha trocado en disipación del espíritu, enervamiento de la voluntad y tibieza
del corazón. Formados unos cuantos afectos sin convicción y sin alma, con
propósitos vagos que no se dirigen a curar mal alguno ni a practicar ninguna
virtud, se tiene prisa en salir de la
oración y engolfarse en las ocupaciones dando así al olvido los propósitos
apenas formulados.
Y ¿esto es orar? ¡Ay, cuántas oraciones como ésta se
necesitarían para convertir un alma! Mejor dicho, cuantas más oraciones de
ésas se hacen, más de prisa se cae en la tibieza. La pereza esteriliza la piedad y convierte en peligrosísimo veneno el
remedio más excelente.
Las personas que así vivan necesitan muy
mucho sacudir su entorpecimiento y dar a su oración y a sus obras más vigor,
más actividad, más alma y más vida. Ante todo y sobre todo, que oren, que oren
sin cesar, que pidan a gritos la devoción, que de por sí nadie tiene; porque es
Dios quien hace “religioso a quien le
place, y, si tal hubiese sido su voluntad, nada le hubiera costado convertir a
los samaritanos de indevotos en devotos” San Ambrosio, en Luc; IX. Él escuchará con agrado una
petición tan de su gusto. Pero estas almas deben además cooperar a la acción
divina, no descuidando, con la gracia del Señor, medio alguno de los que se
requieren para prepararse a orar y para orar debidamente. Es también especialmente necesario comprender a fondo cuánto vale la
devoción, medir bien la desgracia de su negligencia y despertar el fervor
dormido con el temor, la esperanza y el amor.
“LOS
CAMINOS DE LA ORACIÓN MENTAL”
Dom
VITAL LEHODEY
Abad
Cisterciense de la Trapa de Briequebec
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