De la jornada de la Vírgen nuestra Señora desde Nazaret a Belén.
MEDITACIÓN SEGUNDA.
PUNTO
PRIMERO.
En tercer lugar, se ha de considerar la
jornada de la Virgen, el modo como caminaba y las virtudes que ejercitaba con deseo
de imitarla en ellas: ponderando como por ser ella pobre, el camino largo, y el
tiempo del invierno riguroso, no la faltaban trabajos; pero todos los llevaba con
admirable paciencia y alegría. Iba con gran modestia de sus ojos, y el corazon puesto
en Dios y en él Dios que llevaba en sus entrañas, con quien tenía sus coloquios
y entretenimientos como arriba se dijo: Si algún rato hablaba con su Esposo,
todo era de Dios con gran dulzura; y no se cansaba, aunque iba preñada, porque el
hijo no era cargoso, y la esperanza de verle presto nacido la daba grande alegría
y gusto salir de Nazaret, porque con mayor quietud gozaría de su Hijo, naciendo
fuera de ella. O Virgen benditísima, no es menester deciros el como a la Esposa
(Cant. II, 40, 44, .42): ... Que os deis prisa a caminar, pues ya
paso el invierno y cesó la lluvia, y han salido las flores del verano;
porque las ganas de padecer y obedecer, os hacen caminar en el rigor del invierno,
para que nazca la flor de Jesé, en quien está nuestro descanso. ¡Oh quien pudiera imitar las virtudes que
en este camino ejercitasteis, acompañando vuestros pasos con espíritu, ya que
no me fué concedido hacerlo con el cuerpo!
PUNTO
SEGUNDO.
En cuarto lugar, consideraré la entrada de
la Virgen en Belén, la cual fué en ocasión de tanto concurso de gente, que no halló
quien la hospedase, ni en el mesón hubo aposento donde estuviese; y asi le fué
forzoso recogerse a un pobre establo de animales, trazándolo la divina
Providencia, para que él Hijo de Dios entrase en el mundo mendigando y
padeciendo, sin haber quien se compadeciese de su trabajo.
Sobre este paso se ha de ponderar la
excelencia del Señor que busca posada para nacer y no la encuentra: la ceguedad
de los hombres que no le conocen ni se la dan: los bienes de que se privan por
no dársela: y como escoge para si lo peor del mundo, sacando afectos y
sentimientos tiernos de todo esto.
Lo primero ponderaré, como los hombres del mundo
tienen palacios y casas muy acomodadas, y los ricos de Belén estaban muy
abrigados y aposentados a su gusto; y el
Hijo del Eterno Padre, Señor de todo lo criado (Juan. I, 3), viniendo a buscar
posada, y en su propia ciudad donde era natural, y entre los de su tribu y
familia, no halla quien le hospede (Juan. 1, 11). ¡Ho Verbo eterno encarnado, cuan presto comienza el mundo a desecharte,
habiendo tú venido a remediarle! Ya puedes decir, que las raposas del campo
tienen cuevas, y las aves del cielo nidos, donde pongan sus huevos y críen sus
hijuelos; pero el Hijo del hombre, y su
pobre madre, no halla donde reclinar su cabeza (Luc. IX, 58). Las raposas
te echan de sus cuevas, porque los astutos y ricos de la tierra aborrecen la
simplicidad y pobreza.
Las aves no te admiten en sus nidos, porque
los nobles y soberbios del· mundo desprecian tu humildad y bajeza; y así te vas
al pobre y humilde establo, donde el
buey conocerá a su poseedor, y el jumento dejará su pesebre por darle a su Señor
(Isaías. I, 3). O Señor de los señores y poseedor de todo lo criado, echa
de mi alma las raposerías astutas y las volaterías soberbias que la ocupan,
para que tú halles paso dentro de ella.
PUNTO
TERCERO
De aquí subiré a considerar, como la causa
de no hallar posada Cristo en Belén, era la ignorancia de aquella gente; porque
llegando Dios a sus puertas, no le conocían, ni sabían el bien que les viniera
si le admitieran, admitiendo otros huéspedes de quienes podían recibir poco o ningún
provecho. ¡O cuan dichoso fuera el que hospedara
este Señor para que naciera en su casa! ¡Qué de riquezas espirituales le
diera! ¡Cuán bien le pagará el hospedaje como lo pagó a Marta y á Zaque! ¡O
cuan dichosa seria mi alma si acertase a hospedar a este Señor y darle lugar para
que naciese espiritualmente ella! O
Dios infinito, que rodeas las puertas de mi corazon, llamando con inspiraciones
para que te abra, con deseo de entrar en él para enriquecerle con los dones de
tu gracia (Apoc. III, .20), no
permitas que te cierre la puerta por no conocerte, o te despida por no
estimarte. Ven, Señor, ven y llama, que yo te oiré: toca a mi puerta, que yo te
abriré y te daré la mejor pieza de mi casa que es mi corazón, para que
descanses a tu voluntad en ella.
Finalmente tengo de ponderar la paciencia
con que la Vírgen y san José elevaron aquel trabajo y desamparo, y con cuanta alegría
sufrieron los desvelos de los que los desechaban por ser pobres; y con qué gusto
se recogieron al establo, tomando para si el lugar más desechado de la tierra.
Con lo cual maravillosamente hermanaron humildad y pobreza con paciencia y
alegría: a cuya imitación procuraré desear para mí lo peor y más despreciado
del mundo, llevándolo con alegría cuando me cupiere en suerte; pues que no hay suerte
mejor que imitar a estos gloriosos Santos, como ellos imitaron a Cristo.
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