Algunas veces, dice San Francisco de Sales (Vida devota, 4.a
parte, cap. XV.) “los tedios, esterilidades y sequedades provienen del malestar o de la
indisposición corporal, como sucede cuando por los excesivos ayunos, vigilias y
trabajos nos encontramos agobiados por el cansancio, el adormecimiento, la
pesadez y otros achaques, que, aunque dependen del cuerpo, no dejan de
incomodar al espíritu, a causa de la estrecha unión que ambos tienen… El
remedio en estos casos es fortalecer el cuerpo”.
Los Santos, sin embargo, han buscado en las
austeridades el fervor y las alegrías de la oración. Lejos de atender al
demonio “que se convierte en
médico…alega la flaqueza del temperamento y agranda las enfermedades producidas
por las observancias” (Hugo de San
Víctor, De Claustr., lib. I, cap. II.,) debemos amar nuestras austeridades como
voluntad de Dios que son, y guardar nuestras reglas con nimio cuidado,
considerándolas como nuestro mejor patrimonio. Pero puesto que la
indiscreción en la penitencia perjudica a la contemplación, si sentimos el
cuerpo falto de fuerzas y el espíritu sin vida, descubramos nuestro estado a
los superiores, y hagamos lo que nos dijeren.
En cuanto a las mortificaciones
espontáneas, sometámoslas también a su parecer y procuremos que no lleguen a
desmoronar la salud, abatir el vigor del espíritu y colmarnos de fatiga y
sueño, sin pensamiento ni vida para la oración.
Las austeridades voluntarias tienen su
mérito, pero la oración es tesoro más deseable. Conservemos fuerzas suficientes
para entregarnos a las duras labores de una vida de oración. La contemplación
es nuestro objeto principal.
LOS
CAMINOS DE LA ORACIÓN MENTAL
Dom
VITAL LEHODEY
Abad
Cisterciense de la Trapa de Briequebec
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