De la jornada de la Vírgen nuestra Señora desde Nazaret a Belén.
MEDITACION
PRIMERA.
Punto
primero.
En primer lugar, consideraré por fundamento
de las meditaciones siguientes, como el Verbo encarnado, estando en las entrañas
de su Madre, quiso hacer una en rada en el mondo, la más nueva, admirable y
santa que jamás hubo ni habrá; penosa para sí y provechosa para nosotros,
asentando los cimientos de la perfección evangélica· que babia de predicar. De modo que, su primera entrada en el mundo,
como dice San Cipriano (Serm. de Nat.), fuese dechado de nuestra primera
entrada en la Religión cristiana, para que entrasen sus discípulos por donde él
entró, ejercitando las virtudes que ejercitó. Y para este fin dejó todo lo
que el mundo ama y busca, y buscó todo lo que el mundo aborrece y huye. Y así,
para nacer dió traza como salir de Nazaret
por dejar las comodidades que pudiera tener, naciendo en casa de su Madre y
entre sus deudos y conocidos, a donde no le fallara el abrigo de un aposento, y
brizo y algún regalo, como no le faltó al Bautista,
por nacer en casa de su padre; pero todo lo dejó, mostrando cuanto aborrece los
regalos de la carne, y cuan amigo es de pobreza; pues deja lo poco que tiene su
pobre Madre, y como peregrino quiere
nacer en Belén, en tal coyuntura que
todo le fallase.
Con
este ejemplo me confundiré, por verme tan amigo de mis comodidades y regalos que,
no solamente no huyo de ellos, pero con ansia los busco; y si no los hallo, me aflijo.
¡O Jesús Nazareno, Florido con flores de
virtudes celestiales, que sales de Nazaret por huir las flores de los regalos
terrenos! suplícote por esta salida favorezcas mi flaqueza, para que renuncie
las flores y blanduras de mi carne, deseando solamente las flores de tus virtudes,
con las cuales adornes mi alma, para que le dignes nacer en ella. Amen.
Punto segundo.
En segundo lugar, consideraré la ocasión que
tomó Cristo nuestro Señor para hacer esta jornada, y salir con su intento; porque
en aquellos días salió un edicto de Augusto
César, que todo el orbe se empadronase, acudiendo cada uno a la ciudad de
donde tenía su origen. En cumplimiento
de esto fue José de Nazaret a Belén, para encabezarse allí con María su
esposa, que estaba preñada.
En este hecho ponderaré cuan diferentes son
los pensamientos de Dios y los de los hombres; los del rey del cielo de los del
rey de la tierra: porque este edicto estaba fundado en soberbia, ambición,
jactancia y avaricia, mandando más de lo que podía; esto es, que todo el orbe
se encabezase, como si todo fuera suyo, y deseando que todos fuesen sus
vasallos y le pagasen pecho, aunque fuesen pobres y necesitados. Pero al
contrario el rey del cielo Jesucristo; todos sus pensamientos tenia puestos en
humildad, pobreza y sujeción, y en hollar pompas, riquezas y vanidades. No
viene mandar ni a ser servido, sino a obedecer y servir a todo el mundo. Y en confirmación de esto, quiere que su Madre y él en
ella se encabecen, y profesen ser vasallos de Augusto César y le paguen
tributo, para confundir con este ejemplo la soberbia y codicia del mundo; porque
si el Rey de reyes, y Monarca de todo lo criado entra en el mundo humillándose,
y prestando vasallaje a un rey terreno y malo.
¿Qué mucho me humille yo, y me sujete a toda
humana criatura por su amor? (Pet. II 13). Y ¿qué soberbia será no humillarme al mismo Dios,
reconociéndome por su vasallo, y pagándole con obediencia el tributo que le debo?
¡O rey del
cielo! no permitas en mí tal soberbia, pues te humillaste tanto para remediarla.
Punto tercero.
Lo segundo ponderaré, que aunque este edicto
se fundaba en soberbia y codicia, quiere Dios que sea obedecido de los suyos, porque gusta obedezcamos a nuestros superiores
en todo lo lícito que nos madaren (Mateo. XXIII, 3), aunque lo manden por
sus propios intereses y dañados fines, reconociendo en ellos a Dios, cuyo lugar
tienen. Y así Cristo nuestro señor
levantó de punto esta obediencia, haciendo esta jornada por cumplir la voluntad
del Eterno Padre que babia ordenado naciese su Hijo en Belén de Judá (Mich. v, 2;
Math. II, 6), aunque su providencia tomó este edicto del emperador Augusto,
como medio para conseguir su intento. Y como Cristo nuestro señor venia al
mundo a cumplir, no su voluntad, sino la del que le enviaba (Juan. VI, 38),
quiso nacer en el lugar donde su Padre babia ordenado, y nacer obedeciendo,
como murió obedeciendo, para que todos aprendamos a obedecer. ¡O Amado mío! pues mi vida está en hacer tu voluntad, mis
entradas y salidas en cuanto hiciere, sean conformes a ella por siempre jamás.
Amén.
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