¿Queréis
ser felices en el amor? Vivid continuamente en la bondad de Jesucristo,
siempre nuevas para vosotros; seguid en Jesús el trabajo de su amor hacia vos.
Contemplad la belleza de sus virtudes, la luz de su amor, más bien que sus
ardores; en nosotros el fuego del amor pasa presto, pero permanece su verdad.
Comenzad todas vuestras adoraciones por un
acto de amor, y abriréis deliciosamente vuestra alma a su acción divina. Si os
detenéis en el camino, es porque empezáis por vosotros mismos; o bien, si
empezáis por cualquiera otra virtud que el amor, os extraviáis. ¿Acaso el niño no abraza a su madre antes de
obedecerla? El
amor es la única puerta del corazón.
¿Pero queréis ser nobles en el amor?
Hablad al amor de sí mismo: hablad a Jesús de su Padre celestial a quien tanto
ama: Obladle de los trabajos que Él emprendió para su gloria, y alegraréis su
corazón y os amará más y más.
Hablad a Jesús de su amor hacia todos los
hombres, y esto dilatará su corazón y el vuestro a causa de la felicidad y de
la alegría.
Hablad a Jesús de su santa Madre, que le fué
tan querida, y renovaréis en Él la dicha de un buen Hijo; habladle de sus Santos
para glorificar la gracia de Dios en ellos.
El verdadero secreto del amor es, pues,
olvidarse uno de sí mismo, como San Juan Bautista, para exaltar y glorificar a
Nuestro Señor Jesucristo.
El verdadero amor no considera lo que da,
sino lo que merece el ser querido.
Si lo haces asi, entonces Jesús, contento de
ti, te hablará de ti mismo; te manifestará su amor hacia ti, y tu corazón se
abrirá a los rayos de este sol como la flor, húmeda y fría por la noche, a los
rayos del astro del día. Su dulce voz penetrará tu alma como el fuego penetra
en un cuerpo combustible. Y dirás entonces como la Esposa de los Cantares: “Mi alma
se ha derretido de felicidad a la voz de mi amado.” —Entonces le oirás en
silencio, o más bien, en la acción más suave y más fuerte del amor: entonces irás
a Él.
Porque
lo que más tristemente se opone de ordinario el desenvolvimiento de, la gracia
del amor en nosotros, es que, apenas hemos llegado a los pies del buen Señor,
le hablamos en seguida de nosotros mismos, de nuestros pecados, de nuestros
defectos de nuestra pobreza espiritual;
es decir, que nos fatigamos el espíritu a la vista de nuestras miserias, nos
contristamos el corazón ante el pensamiento de nuestra ingratitud e infidelidad;
la tristeza trae aparejada la pena, la pena el desaliento, y sólo a fuerza de
humildad, de angustia y sufrimiento salimos de ese laberinto para encontrarnos
libres en la presencia de Dios.
En adelante, pues, no obres asi. —Más como
el primer movimiento del alma determina ordinariamente toda la acción, dirige
este primer movimiento hacia Dios, y dile: “¡Oh
mi buen Jesús, cuánta es mi felicidad y mi alegría por venir a veros, por venir
a pasar con Vos esta buena hora y
comunicaros mi amor! ¡Cuán bueno sois por haberme llamado! ¡Cuán amable
por amar a una criatura tan pobre como yo! ¡Oh, sí, quiero amaros con toda mi
alma!”
El amor entonces te ha abierto ya la puerta del corazón de
Jesús; entra, ama y adora.
“LA
DIVINA EUCARISTÍA”
San
Pedro Julián Eymard
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