“El Padre busca adoradores en espíritu y en
verdad.” (Juan. VI, 23.)
La Adoración eucarística tiene por objeto la
divina Persona de Nuestro Señor Jesucristo presente en el Santísimo Sacramento.
Allí está vivo, queriendo que nosotros le
hablemos para hablarnos Él a su vez.
Todo el mundo puede hablar a Nuestro Señor. ¿No está allí para todos? ¿No nos ha dicho: Venid todos a mí?
Y este coloquio que se establece entre el alma y Nuestro
Señor es la verdadera meditación eucarística: en esto consiste la
adoración.
Todo el mundo tiene la gracia para ello. Mas
para hacerlo con éxito y evitar la rutina o la aridez del espíritu y del
corazón, es necesario que los adoradores se inspiren en los gratos atractivos
de los diversos misterios de la vida de Nuestro Señor, de la Santísima Virgen o
de las virtudes de los Santos, a fin de honrar y glorificar al Dios de la
Eucaristía por todas las virtudes de su vida mortal, así como también por las
de todos los Santos, para quienes Él fué la gracia y el fin, y hoy es la corona
de gloria.
Considera la hora de adoración que se te ha
concedido como una hora del Paraíso; ve allí como se va al cielo, al banquete
divino, y esta hora será deseada y saludada con plácemes. — Agita suavemente en tu corazón el deseo de esta hora. Di: “Dentro de
cuatro horas, de dos horas, de una hora, iré a la audiencia de gracia y de amor
de ¿Nuestro Señor Jesucristo : Él me ha invitado, me espera y desea tenerme a
su lado.”
Cuando
la naturaleza os depare una hora penosa, regocijaos más en la presencia de
Dios: vuestro amor será más grande porque sufrirá más: esta
es la hora privilegiada que será contada por dos.
Cuando por enfermedad o imposibilidad no
podáis hacer vuestra adoración, dejad que vuestro corazón se contriste un
instante: constituíos luego en adoración, en espíritu juntamente con aquellos
que hacen su adoración en aquel momento: en vuestro lecho de dolor, en los
viajes o durante el trabajo que os ocupa, guardad un mayor recogimiento durante
esa hora, y conseguiréis el mismo fruto que si hubieseis podido ir a los pies
del buen Señor: esta hora será tenida en cuenta, y
tal vez doblado su valor.
Id a Nuestro Señor tal y como sois: que
vuestra meditación sea natural. —Agotad
vuestro caudal de piedad y de amor antes de hacer uso de los libros; aficionaos
al libro inagotable de la humildad y del amor. — Que os acompañe un libro
piadoso para volveros al buen camino cuando el espíritu se extravía o cuando
vuestros sentidos se adormecen, está muy bien; pero tened presente que nuestro buen Señor prefiere la pobreza de
nuestro corazón a los más sublimes pensamientos y afectos tomados de otros.
Sabed bien que Nuestro Dios y Señor quiere
nuestro corazón y no el de otros: Él quiere el pensamiento y la oración de este
corazón como la expresión natural de nuestro amor hacia Él.
Frecuentemente
es fruto de un sutil amor propio, de la impaciencia o de la cobardía, el no
querer ir uno al Señor con su propia miseria o su humillada pobreza; y sin
embargo, esto es lo que el Señor prefiere a todo lo demás, esto es lo que Él
ama y bendice.
Os
halláis en la aridez, pues glorificad la gracia de Dios, sin la cual nada podéis;
abrid entonces vuestra alma al cielo, bien así como la flor abre su cáliz a la
salida del sol para recibir el rocío bienhechor.
Os halláis en la más completa impotencia, el
espíritu entre tinieblas, el corazón bajo el peso de su frivolidad, el cuerpo atormentado
por el dolor; haced entonces la adoración del pobre; salid de vuestra pobreza e
id a habitar junto al Señor, o bien ofrecedle vuestra pobreza para que Él la
trueque en riqueza: esto es una gran obra digna de su gloria.
Mas os encontráis tal vez en el estado de
tentación y tristeza, todo se conjura contra vosotros, todo os lleva a
abandonar la adoración con, el pretexto de que ofendéis a Dios, que le
deshonráis más bien que le servís; no prestéis oídos a esta tentación especiosa;
en esto
consiste la adoración del combate, de fidelidad a Jesús contra vosotros mismos.
No, no, no le desagradáis; antes por el contrario, causáis las delicias de
vuestro Señor que os está mirando, y que ha permitido a Satanás que turbe vuestra
tranquilidad. Él espera de nosotros el homenaje de la perseverancia
hasta el último minuto del tiempo que debíamos consagrarle.
Que
la confianza, la sencillez y el amor os conduzcan, pues, a la adoración.
“LA DIVINA EUCARISTÍA”
San
Pedro Julián Eymard
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