sábado, 18 de marzo de 2017

CONFIEMOS EN DIOS CUANDO MURMUREN DE NOSOTROS –– Por Tomás de Kempis.




Cristo. Hijo, ten confianza en mí, y estáte firme, porque las palabras, ¿qué son sino palabras? Por el aire vuelan, más en las rocas no hacen mella.

Si eres culpable, resuelve gustoso emprender la enmienda. Si la conciencia no te remuerde, resuélvete a sufrir con alegría por Dios. Bien poco es aguantar palabras de cuando en cuando, ya que aún no puedes aguantar fuertes azotes.

Y ¿por qué te llegan al corazón tan pequeñas cosas, sino porque aún eres carnal y prestas demasiada atención a los hombres?

Pues como temes que te desprecien, no quieres que reprendan tus faltas, y buscas excusas para disculparte.

Examínate más de cerca, y advertirás que aún vive en ti el mundo, juntamente con el vano deseo de complacer a los hombres. Pues al rehuir las humillaciones y confusiones por tus faltas, muestras claramente que no eres humilde de veras, ni estás muerto de veras al mundo, ni está el mundo crucificado para ti.

Escucha mis palabras, y no harás caso de infinitas palabras de los hombres.

Mira: si contra ti dijeran cuanto pudiera inventar la malicia más refinada, ¿qué mal te harían si ningún caso hicieras, ni un bledo te importara? ¿Podrían arrancarte un solo cabello?
Quien no tiene recogido su espíritu, ni a Dios ante sus ojos, fácilmente se inquieta por las críticas.

Quien en mí confía, sin querer apoyarse en su propio juicio, no tendrá miedo a los hombres.

Yo soy el Juez que sabe cuánto hay oculto. Sé cómo sucedió la cosa, quién hizo la injuria y quién la sufrió.

Yo permití que tal cosa se dijera, y en ese sentido tuvo su origen en mí, “para que se descubriesen los pensamientos de muchos corazones” (Lc 2, 35).

Yo juzgaré al inocente y al culpable; pero quise probarlos primero por juicio secreto.

El testimonio humano es falso muchas veces; mis juicios son rectos; se sostendrán y no se anularán.

Los más son ocultos. Pocos en cada caso los ven. Pero jamás son, ni pueden ser injustos, aunque a los insensatos no les parezcan rectos.

Por eso se debe acudir a mí en todo juicio, y no atenerse al propio sentir.

“Envíele Dios lo que le enviare” (Prov 12, 21), el justo no se perturbará. Aunque cosas injustas de él se dijeren, poco le importará. Ni sentirá vana alegría cuando otros lo defiendan con buenas razones. Pues considera que soy yo “quien las entrañas y el corazón escudriña”, y no juzga por la cara o por apariencias humanas.

Pues muchas veces resulta a mis ojos culpable lo que a juicio de los hombres se estima laudable.

El discípulo. ¡Señor Dios mío, Juez justo, poderoso y clemente! Tú que conoces la fragilidad y maldad humana sé mí fortaleza y toda mi confianza, pues el testimonio de la conciencia no me basta.

Tú sabes lo que yo ignoro: por eso debo recibir humilde y mansamente las reprensiones.

Perdóname clemente cuantas veces no lo haya hecho así, y dame la gracia de mayor paciencia.

Pues es mejor para mí confiar en tu misericordia infinita para alcanzar el perdón, que en el testimonio oculto de la conciencia para creer en mi inocencia.

Pues “aunque mi conciencia está limpia” (1 Cor 4, 4), su testimonio no me justifica: porque sin tu misericordia “nadie será justo a tus ojos” (Sal 142, 2).




“LA IMITACIÓN DE CRISTO”

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