I. Tres
cosas pueden hacernos felices, tanto al menos cuanto lo podemos ser en este
lugar de destierro. La primera es la buena
conciencia: sin ella, ni los placeres, ni los honores, ni el cumplimiento de
todos nuestros deseos podrían contentarnos. Si tienes el alma pura, todo
lo desagradable que pueda sucederte no debe turbarte. ¡Qué
consuelo poder decirse: Hago lo que depende de mí para estar bien con Dios! ¿Puedes, tú, con verdad, decirlo? ¿No te reprocha nada tu
conciencia?
II. La segunda condición para ser feliz es abandonarse generosamente a
la providencia de Dios, consagrarse a Él sin reserva, no querer sino lo que Él
quiere y recibir de su mano con agradecimiento el bien y el mal, pues lo uno y
lo otro son efectos de su bondad. Las
aflicciones, el ayuno, las enfermedades, no son penosos para los que los
soportan, sino solamente para los que los reciben a disgusto (Salviano).
III. La tercera condición es considerar cuál es voluntad de Dios en todo
lo que nos acaece. Dios tiene sus designios y el demonio los suyos. ¿Cuál es designio de Dios en esta enfermedad que te
envía? Que la soportes con resignación, mediante el pensamiento de la
muerte y del paraíso. El demonio, por su lado, quiere
arrojarte en la impaciencia y en la murmuración. Dios es tan bueno que no permitiría más que sucediese ningún mal en el
mundo, si no fuese lo suficientemente poderoso como para sacar bien del mal
(San Agustín).
Conformidad con la voluntad de Dios. Orad
por los que os gobiernan
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.