I. Siempre tendremos
aflicciones en esta vida; nuestro cuerpo es tan débil y está tan expuesto a
innumerables enfermedades; nuestra alma está sujeta a tantas pasiones y la
malicia de los hombres es tan grande, que siempre tendremos ocasión de ejercer
nuestra paciencia. Esperemos esas ocasiones con valor y sin temblar.
Preparémonos a soportar todas las tempestades que vemos se precipitan sobre los
demás, y digamos a Dios: Señor, heme aquí; estoy
dispuesto a llevar mi cruz y a sufrir todo lo que ordenéis o permitáis me
suceda. Meditemos sobre los sufrimientos y no los sentiremos (Tertuliano).
II. Cuando Dios nos envía
una prueba, hay que recibirla con humildad como un castigo merecido por
nuestros pecados. Un niño que se ve castigado por su padre no se enoja contra
él: deplora la pena que su desobediencia le ha causado y promete no volver a
caer en su falta. Haz lo mismo cuando Dios te castiga.
III. Hay cristianos a
quienes el castigo hace más malos. En lugar de acusar su propia malicia,
murmuran contra la divina Providencia y la hacen responsable de los males que
sufren. ¡Desventurados! No queréis corregir
vuestras faltas en este mundo: vuestras penas no son sino el preludio de los
suplicios que os esperan en el infierno. Somos tratados por el hierro y el fuego, pero no nos curamos ni por
los cauterios ni por el filo del hierro; y, lo que es más grave, el remedio
empeora nuestro estado (Salviano).
Practicad
la paciencia. Orad por las personas
casadas
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