I.
Contempla a Jesús clavado en la cruz; mira cuánto sufre en todo su cuerpo. Su
sagrada cabeza está coronada de espinas, su rostro magullado, sus manos y sus
pies taladrados; todo su cuerpo, en fin, está cubierto de llagas y es presa de
los dolores más crueles. ¡He ahí el estado en que se encuentra Jesús, mi
Cabeza, mi Rey y mi modelo! Es menester que me asemeje a Él; en esto consiste
mi perfección y mi dicha. ¡Ay! vivo en medio de placeres mientras Jesús es
colmado de oprobios y sufrimientos. No conviene que
los miembros sean afeminados cuando la cabeza está coronada de espinas (San Bernardo).
II. El Corazón de Jesús
estaba sumergido en amargura y dolores tanto como su cuerpo. Él preveía que sus sufrimientos serían inútiles para la mayor
parte de los hombres. Tenía piedad del enceguecimiento de los judíos. Estaba
afligido más de lo que se puede imaginar, por la tristeza, los suspiros y las
lágrimas de su Madre, al pie de la cruz con el discípulo amado. ¡Oh espectáculo doloroso! ¿Puedo yo contemplar a Jesús y
a María en este estado sin derramar lágrimas, sin compadecer los dolores del
Hijo y la aflicción de la Madre?
III. Para librarme del
infierno, Jesús soportó esta muerte tan ignominiosa y tan cruel. Estaba yo
perdido sin remedio si no hubiera muerto Él por mí. ¡Nada
había hecho para merecer este favor; y aun ahora ni siquiera pienso en él!
No sólo no doy mi sangre por este Dios que murió por mí, sino que le rehúso una
lágrima, un suspiro; ¡añado nuevos pecados a mis
faltas antiguas! Reconoce cuán grave es la herida del pecado, puesto que fueron
menester, para curarlo, las heridas de Jesucristo (San Bernardo).
Meditación sobre la pasión. Orad por la
conversión de los cismáticos.
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