I.
Para ser dichoso en este mundo, para vivir en él santamente, hay que ser ciego
para muchas cosas. Cierra los ojos a todo lo que pueda hacerte concebir malos
pensamientos, causarte tristeza o inspirarte orgullo; no mires los defectos de
tu prójimo, o los tuyos. Dios mío, hazme ver la fealdad del pecado y la
hermosura de la virtud. Aparta mis ojos para que no vean la vanidad (El Salmista).
II. Hay que saber ser mudo
para vivir como cristiano. Cuando se presenta una ocasión de hablar bien de ti
mismo, de hablar mal del prójimo, de faltar la caridad, guarda silencio; porque
generalmente sucede que quien habla mucho comete muchos pecados y profiere
palabras que lamenta después amargamente. No hay nada más provechoso que vivir
en el recogimiento, hablar poco con los demás y mucho consigo mismo (Séneca).
III. ¿Para qué querer oír
todo y saber todo? ¡Muchas palabras criminales, muchas maledicencias, muchos
discursos impíos o atrevidos turbarán la paz de tu alma y despertarán en ella
pensamientos vanos o peligrosos! El retiro te facilitará la observancia los
tres consejos que hemos dado. Retírate a la soledad, no con el cuerpo sino con
el espíritu; la soledad del espíritu es la que se te recomienda, no la del
cuerpo (San Bernardo).
Amad la solead. Orad
por la Orden del Carmelo
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