I.
No te gloríes ni de las riquezas ni de los honores,
porque ellos no te hacen más virtuoso y con mucha frecuencia contribuyen a
hacerte más malo. No te enorgullezcas de tus cualidades naturales, de tu
nobleza, de tu belleza, de tu inteligencia. ¿Qué
tienes tú que no hayas recibido de Dios y sin mérito alguno de tu parte? La muerte te arrebatará todos esos bienes; no mirará Dios
sino las buenas obras que hayas practicado y el buen uso que hayas hecho de los
talentos que Él te ha deparado.
II.
Ninguna razón tienes para estar orgulloso de tu ciencia. ¿Qué sabrías tú si Dios no te hubiese dado la
inteligencia? Mucho aprendiste con tus trabajos y vigilias; sabe sin
embargo que ignoras infinitamente más de lo que sabes, y humíllate: ¡el menor de los demonios es más sabio que tú! La más hermosa de todas las ciencias es el conocimiento
de tu nada. La humildad es la fuente y el principio de la filosofía más sublime
(San
Crisóstomo).
III. Guárdate
de enorgullecerte de las gracias que hayas recibido o de las virtudes que hayas
adquirido. El que se gloría de su virtud no es
virtuoso, pues la humildad es el fundamento de todas las virtudes. Imita pues a los santos, no para atraerte alabanzas, sino
para cumplir tu deber. En fin, conoce tu bajeza, tu malicia y tus
pecados, y serás humilde. Toda la humildad consiste
en conocerse a sí mismo (San Agustín).
Pide a
Dios la Virtud de la humildad. Orad por el Colegio de Cardenales
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