I. La enfermedad es un presente de Dios que, a menudo, nos es más útil que
la salud. Dios tiene sus designios cuando nos envía una enfermedad: quiere
castigarnos por nuestros pecados, o apartarnos de ellos, o bien ejercitar
nuestra paciencia y darnos ocasión de adquirir méritos. Si seriamente buscases
la razón de tus sufrimientos, encontrarías que Dios quiere acosarte para que
renuncies a tus vicios y lleves una vida más santa. No
nos quejemos de nuestras enfermedades, ellas pueden ser para nosotros fuente de
grandes virtudes (Salviano).
II. Sufre pacientemente los dolores de tu
enfermedad, súfrelos de buena gana y por el amor de Dios. Mas, como Dios
te impone el deber de velar por tu salud, recurre a los medios humanos. Sigue
las prescripciones del médico y obedece a los que te cuidan. El que sufre tiene muchas ocasiones de
practicar la virtud: aprovecha diligentemente estas ocasiones.
III. No murmures, no te impacientes;
persuádete de que estás en tu lecho como en una cruz, y mira con qué paciencia
sufrió Jesús en la suya. Para imitarlo, piensa en todos los pobres enfermos
abandonados y en los suplicios de las almas del purgatorio; y recuerda que en
las adversidades y en los sufrimientos es donde se reconoce al hombre virtuoso.
En la adversidad, el pecador se queja y su
impaciencia se derrama en blasfemias; el justo sufre con paciencia (San Cipriano).
Paciencia en las
tribulaciones.
Orad por los enfermos
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