Pueden
vencerse las tentaciones con el auxilio de Dios.
Si
Dios está por nosotros, ¿quién con ventaja luchará contra nosotros? dice el gran
Apóstol: (Rom. VIII. 31). Todo lo puedo
en el que me mortifica: (Philipp, IV.
13).
Dios nos asiste en lo fuerte del combate. El
que da la voluntad, da el poder para ser cooperadores de sus obras; y podemos
decir con el Salmista: Dios es mi luz y mi salvador; ¿a quién he de temer? Dios
es el protector de mi vida; ¿quién me hará temblar? (XXVI. 1).
Deseo, dice el gran Apóstol a los corintios,
que no os sucedan más que tentaciones humanas y ordinarias. Dios es fiel, y no
sufrirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, sino que hará también que salgáis
de la tentación para que podáis permanecer firmes: (I, X. 13).
Todas las naciones, dice el Real Profeta, se
han armado contra mí; y en nombre del Señor venceré: Se han arrojado sobre mí
como un enjambre de abejas: y en nombre del Señor venceré: Mis enemigos me han
empujado para precipitar mi caída; pero el Señor me ha sostenido: El Señor es
mi fuerza y mi gloria, y ha venido a ser mi salvador: Gritos de alegría y de
victoria resuenan en la tienda de los justos: La diestra del Señor ha
desplegado su fuerza la diestra del Señor me ha llevado, la diestra del Señor
ha señalado su poder: (Psal. CXVII. 10)
Marchareis, dice en otra parte el mismo
profeta, sobre el áspid y el basilisco, y humillareis a vuestros pies al león y
al dragón: (XC. 13).
No tenemos un pontífice que no pueda
participar de nuestras enfermedades, dice el gran Apóstol, sino un pontífice
que ha sido tentado y experimentado en todo para ser semejante a nosotros, si
se exceptúa que está libre del pecado: (Hebr. IV. 15).
El Señor, dice el apóstol San Pedro, sabe
librar a los justos de tentaciones: (II.
II. 9). Son Noé,
Lot, Abraham, Jacob, José. Moisés, David, Susana, Daniel, Esther y Mardoqueo, Judith,
Jael, Tobías, Judas Macabeo, Pedro, etc...
Con razón, dice el Salmista: Grandes
tentaciones están reservadas a los justos; pero el Señor los librará de todos
los males: (XXXIIL 20).
Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
dice el Rey Profeta; en las tentaciones hemos encontrado en él un poderoso auxilio.
Por esto estamos sin temor aun cuando la tierra se turbase, y aun cuando las
montañas cayesen en medio del mar: (XLV.
1-2).
Los
soldados de Jesucristo no son menos victoriosos de las tentaciones huyendo, que
sosteniendo el choque y quedándose firmes en el terreno. Dios, dice el
Salmista, es mi ciudadela delante de mis enemigos: (LX 3).
Levántese Dios, exclama, y disípense
sus enemigos; huyan de su presencia los
que le aborrecen: (LXVII. 1). Asi como
se desvanece el humo y la cera se derrite delante de la llama, desaparecen los
perseguidores delante del Señor: (LXVII 2). Queden estos tentadores cubiertos
de confusión y de vergüenza, ellos que atacan a mi alma: huyan y avergüéncense los que quieren
mi ruina: (LXLX. 3-1).
Aun
cuando ejércitos enteros se acampasen al rededor mío, mi corazon no temería,
dice el Salmista. Aun cuando se diese la señal del combate, me estremecería de
esperanza. El Señor me ha establecido sobre una peña, y me ha elevado sobre mis
enemigos: (XXVI 3-4).
Bajo
vuestra guardia, o Dios mío, atravesaré los campos enemigos; con vos atravesaré
las murallas: (Psal. XVII. 30).
¿Quién es el fuerte, si no es nuestro Dios,
el Dios que me ha revestido de fuerza? Ha instruido mis manos para el combate,
y ha armado mi brazo con un arco de bronce. Perseguiré a mis enemigos, los
alcanzaré, y no volveré sino después de haberlos visto derrotados. (Psal. XVII).
Al
hallarse David en presencia del gigante Goliat, le dijo: Vienes hacia mí con la espada, la lanza y el escudo: pero yo
vengo hacia ti en nombre del Señor de los ejércitos. Y hoy el Señor te hará
caer bajo mi mano, y te heriré, y te cortaré la cabeza. (1. Reg. X V II.
45-46).
A
si es, dice San Agustín, y no de otra manera, y
jamás de otra manera, como le derrota al enemigo. EI que pretende combatir con
sus propias fuerzas, está ya vencido aun antes de empelar el combate: (De
Morib.)
Confía
en Dios, él te librará, dice el Eclesiástico (II. 6).
Señor, exclama Ezequías, mis enemigos me oprimen, respóndeles
por mí: (Isai. XXXVIII. 14).
“Tesoros de Cornelio Á
Lápide”
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