Al
tiempo que el presidente Daciano entró en Barcelona para
hacer carnicería de los cristianos, vivía retirada en una heredad de sus
nobles padres una santa doncella de edad de trece años, llamada Eulalia, virgen hermosísima, y abrasada del amor
de Jesucristo, a quien ya había consagrado su pureza virginal.
Vino
a su noticia la crueldad de Daciano, y fué combatida en su corazón de dos
contrarios afectos: de tristeza y alegría; de tristeza, porque temía que
algunos cristianos flacos no desmayasen en la fe por temor de tan rigurosos
tormentos; de alegría, porque deseaba morir por Cristo y juzgaba que era llegado
el tiempo en que Dios le quería hacer tan gran merced. Y
con este fervor y deseo del martirio, movida del Señor, se salió secretamente
de casa de sus padres y se fué al tribunal del juez para reprenderle de la
tiranía y crueldad que usaba con los cristianos. Asombróse Daciano al
ver una niña como aquella, y oír su reprensión; pero volviendo luego en su acuerdo
juzgó que se hallaba ya en uno de aquellos trances, más difíciles en que los
mismos niños cristianos habían puesto, debajo de sus pies todo el orgullo y
poderío de los tiranos de Roma.
No
contestó, pues, con blandas palabras, como merecía la hermosa y tierna Eulalia, sino con grandes y fieras amenazas. ¿Quién eres tú, le dice, que así te atreves a menospreciar las
leyes de los emperadores? Respondió la valerosa y candorosa niña: Yo soy Eulalia, sierva de
Jesucristo Hijo de Dios, al cual se debe toda reverencia y adoración, y no a
los ídolos vanos. Rugió de
coraje el presidente, y quería ver decapitada de
un solo golpe a la que así ha hablaba, pero no le estaba bien tomar venganza
en aquella débil criatura, y ordenó, que atadas
las manos fuese conducida a la cárcel para ver si podían rendirla allí
con un cruel castigo de azotes.
Desnudan, pues, el cuerpo virginal de aquella blanca
paloma de Jesucristo, y con bárbara crueldad descargan sobre ella repetidos y
fieros golpes hasta dejarla toda bañada en sangre. Pero Eulalia ni se queja ni
da un solo gemido, ni muda siquiera el semblante apacible y sereno. Tienden
luego aquel santo cuerpecito en el potro y lo atormentan con uñas de hierro,
con hachas ardientes, con aceite hirviendo, con plomo derretido y con cal viva.
Pusiéronla después en una cruz, y aun en este ignominioso suplicio prevaleció
la santa virgen y dejó confusos a los verdugos y al tirano. Finalmente, después
de haber sido paseada por la ciudad para espantar con su vista a los cristianos,
fué degollada en el campo, donde los cristianos la hallaron por la noche cubierta
de nieve, y la sepultaron honoríficamente.
Reflexión: Dígame quienquiera que esto leyere, ¿de
dónde le vino a la santa niña tan maravillosa e invencible constancia? Las
niñas tiemblan, las niñas se estremecen a la sola vista o imaginación de tales horrores.
Claro está: pertenecen al sexo débil y son lo más débil de su sexo. Confiese, pues,
todo hombre de sano juicio, que aquí hay un prodigio estupendo de la virtud de
Cristo, el cual escogió a una flaca criatura como Eulalia, para hacer ostentación
de su fortaleza soberana contra los más poderosos enemigos de su santo Nombre.
Oración: Suplicámoste, Señor, nos concedas el perdón
de nuestros pecados por la intercesión de la bienaventurada virgen y mártir
Eulalia, que tanto te agradó, así por el mérito de su castidad, como por la ostentación
de tu infinito poder. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
FLOS
SANCTORVM
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