I.
Haz
penitencia; y a fin de que esta penitencia te sea más útil, busca la soledad a
ejemplo de San
Blas. Evita las ocasiones en las que te acuerdas que has ofendido a
Dios, no sea que a las mismas causas sigan los mismos efectos. ¡Qué dulce es
conversar a solas con Jesús! ¡Qué dulce apartarse de la muchedumbre! Gusta este
placer y confesarás que todas las delicias del mundo nada tienen igual. ¡Ah! ¡Cuán
importuno resulta el bullicio del mundo para un alma que ha gustado la dulzura
de la soledad! El
mundo es para mí una prisión y la soledad un paraíso (San
Jerónimo).
II.
Si
tu posición te retiene en el mundo, que ello no te impida tener la soledad del
corazón. Cada año, por lo menos, reserva algunos días para pensar en tu alma; y
todos los días dedica algunos momentos para lo mismo. A toda hora del día entra
en ti mismo, piensa en lo que acabas de hacer y en lo que vas a hacer. ¿No
querrás dar ese momento que Dios te pide?
Esta soledad del corazón es absolutamente necesaria. ¿Para
qué sirve la soledad del cuerpo sin la del alma? (San
Gregorio).
III.
Todas
las noches, después que hayas terminado tus quehaceres, piensa en los pecados
que hayas cometido, para pedir perdón de ellos, y en las buenas obras que hayas
hecho, para agradecer a Dios por ellas. ¡Qué alegría si has empleado el día
santamente! ¡Qué tristeza si no lo has aprovechado para hacer el bien! ¡Ay! tu vida pasará como este día, y acaso
éste es el último de tu existencia. ¿Estás
preparado para comparecer ante el tribunal de Dios?
Practicad la penitencia.
Orad por la paz, (la
que da Cristo, no como la da el mundo)
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